A punta de repeticiones y cada vez que sucedía, el inspector ordenaba en tono inflexivo y contundente:
-“Dodó, no digas sí, di oui”.
Dodó le respondía:
-“Sí… quiero decir oui, inspector”.
No tardaba mucho otra pregunta y la siguiente afirmación, de nuevo Dodó respondía:
-“Sí”.
El oui no se estacionaba en la cabeza del sargento y al parecer, nunca se fijó en ella.
Un ejemplo claro de la tozudez de nuestros cerebros que aunque no lo queramos, nos llevan al baile muy frecuentemente, somos –incluyéndome- testarudos, unos más que otros y esa testarudez, créanme, cuesta y la pagamos, en abonos o en un solo pago, de jalón, y ay, en efectivo cómo duele.
Somos un país pobre y un pobre país, aunque pensándolo mejor somos más un pobre país, la cosa es que nunca hemos podido ponernos de acuerdo y cada quien acarrea agua a su molino, el exceso de poder centralizado desde la época anterior a la intromisión española, reforzada por ésta última, se nos ha metido hasta el tuétano, y seguimos apretados los unos y apretando los otros, el ombligo continua regodeándose de ser el centro de la luna, más a punta de control y luego sumisión que de una relación libre, soberana y de verdad federativa.
Este México de las 32 máscaras y un distrito mascaral, toda una comedia basada en la profunda ignorancia de sus habitantes y en el aprovechamiento sistemático de unos cuantos miles de los millones que somos.
Pero la ignorancia no necesariamente se refiere al nivel de conocimientos que cada quien pueda o no tener, no es eso lo más importante, lo significativo es el grado de comprensión de la persona, que un lenguaje elemental puede proveer, un mexicano nacido, criado y desarrollado en este país, reconoce los fundamentos de la cultura y las maneras de desenvolverse aunque por tener sólo este sentido de referencia no pueda explicar su entorno, sin embargo sí tiene los elementos para moverse en este medio, para sobrevivir y adaptarse e irla llevando.
Ya para explicar este engrudo que se llama México, es necesario, además de la necesaria inmersión en él, adquirir una visión mucho más amplia y ahora sí, extender ese conocimiento no sólo a la cultura o a las varias culturas del país sino, como es claro, desarrollar una enorme capacidad de síntesis contrastada con otras sociedades, otras concentraciones humanas para lograr entender, aunque sea en forma general, esta amalgama de mestizos, indígenas, criollos, norteños, sureños, chicanos, cholos y chuntas, que puestos en una batidora no llegan a mezclarse convenientemente, es más, no se tocan.
Desde siempre nos han querido encajar el concepto de un país en el que nos tocó nacer, que la grandeza de los mexicas, mayas, olmecas, toltecas y demás, que mesoamérica, que la colonia, que la independencia, que la reforma, que las intervenciones, que si la mutilación, que la revolución y todos los hechos registrados y que como forma novelada en los programas de la secretaría de educación (o mejor dicho, de entrenamiento), campañas sexenales de “cultura mexicana”, televisoras pusilánimes y netamente orientadas al consumismo rampante, nos aleccionan (¿embrutecen?) por diferentes medios y acciones.
Pero como la verdad siempre se combina con lo que es más conveniente contar, la mentira decora los cuadros que la oficialidad nos pinta, digamos para ajustarse a la novela y hacerla interesante. Así, exaltando un nacionalismo unificado entre varias naciones internas disímbolas y conceptualmente alejadas unas de otras, se intenta formar un país matando las diferencias naturales entre su gente, perdiéndose la oportunidad de enriquecer el conjunto en aras de una totalidad ficticia, parecido pero diferente al mundo multiétnico de los EEUU donde por supuesto, domina un grupo sobre los demás.
Al final, la gente de a pie, se queda con los símbolos espontáneos que en un intento por definir el lugar de procedencia, la población toma como identificadores lo que cree que es, hablando del conjunto social que forma con todos los demás que ve alrededor. Lo que nos creemos: Mariachi, tortilla y maíz, tequila y mezcal (con gusano), sombrero charro, nopal y sin faltar, un pedazo de tela tricolor ¿hay algo más nacional que estos elementos?
Es curioso como se ha llevado a la exaltación a veces exacerbada a los pueblos antiguos de este país, orgullosamente machacado el tema en la escuela, literatura, pintura, discursos políticos (esos no valen mucho, ya lo sabemos), y en general en los medios oficiales (todos los medios de microondas –léase televisión y radio- si no ¿de quién es el espacio aéreo en este país, quién lo controla?), sin embargo, los sobrevivientes de ellos y los que encontramos en diferentes regiones de México (¡vivos y coleando!) y por supuesto, que igual están dentro de la sangre de la mayoría de la población mestiza de la que formamos parte, llegan a ser una carga psicológica que no desearíamos llevar.
Los pueblos indígenas de este país, herederos reales de las culturas antiguas, son los sectores mas pobres de esta nación que se enorgullece de sus ancestros pero no de ellos. Aquí todos somos Quetzalcóatl, aquel mítico hombre barbado que cuentan las historias y que prometió regresar cuando fue expulsado del valle, y regresó.
Una discriminación clara y que nos corroe por dentro es sabernos “indios” pero no de ese país llamado India, sino a los que erróneamente llamamos de esa forma y que somos ahora nosotros mismos y aquellos que ya estaban aquí antes de la llegada de los españoles, dejáramos de ser discriminadores ¿y creíamos que sólo los anglosajones podían hacerlo? ¡pues no! Preguntemos a la gente de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua como los ha tratado la “mexican migra” cuando intentan pasar sin documentos la frontera sur de este país tratando de buscar alguna opción de trabajo y supervivencia, igual que lo hacen millones de mexicanos emigrando hacia los EEUU.
El desarrollo del conjunto, de una real correspondencia a un grupo, no ha funcionado y se ha quedado exactamente a la mitad, el sentimiento que nos queda es que no somos de allá pero tampoco somos de acá, y la perenne búsqueda de identificación continúa sin tenerla remotamente enraizada en nuestra psique. Esto es más notorio en las representaciones deportivas internacionales por equipos en los que México participa o ha participado, el caso más visible lo tenemos en las justas de fútbol.
Teniendo elementos individuales destacados, con técnica y calidad indiscutible, que inclusive juegan en equipos extranjeros exitosamente, difícilmente, jugando con el equipo nacional contra otros países rivales, obtienen resultados consistentes, nótese que no menciono victorias, en un partido se pierde o se gana (hablando del mundial, fuera de él también se puede empatar) y por supuesto todos quieren ganar, aquí hablo de consistencia en el juego, de lo que el equipo transmite en el campo, del conjunto y de lo que éste proyecta.
Cuando el juego es contra un equipo “grande” (Alemania, Brasil, Holanda, Argentina, etc.) mi sobrino, que no sabe mentir (todavía) comenta: “mira tío, los mexicanos parecen ratoncitos”, y sí, eso parecen, por eso digo que en conjunto nos quedamos a la mitad, agachados, achicopalados e inermes, aunque tengamos lo mismo que los otros. ¿No será que hay “moche”? tan acostumbrados estamos a él que no sería así que uno diga, fuera de alcance o de lugar.
Si sí, nos sentiríamos mucho mejor, entonces es que todo cae por su propio peso y bueno, de esta forma encontraríamos una razón posible, no la justifica pero al menos la explica y todo queda, digamos, en familia; si la razón es otra, ¡que monserga!, ahí está complicado. Mejor nos vamos con Samuel Ramos, Octavio Paz y Alan Riding, sus textos: “El perfil del hombre y la cultura en México”; “El laberinto de la soledad” y “Vecinos distantes, un retrato de los mexicanos”; todos ellos, cada uno en su medida y lugar, excelentes trabajos acerca de esta abigarrada nación plagada de subculturas y creencias propias, muchas de ellas diferenciadoras, que es, ni más ni menos, el lugar en el que vivimos.
Tenemos una memoria como pueblo impresionante, todo se nos olvida. Acostumbrados a no resolver o a pasar por alto la reparación de nuestras grietas realmente importantes, vamos deambulando entre una telenovela y la que sigue; entre un campeonato de la liga de fútbol y otro; entre concursos de jóvenes “cantantes” de lo mismo y otro de baile “internacional”, en donde una pareja representa a todo un país pero ese país no sabe de la existencia de tal competición.
Nos burlamos de todo, es quizá una forma de abordar nuestros problemas o de vivir con ellos o de darles el capote. En todos los chistes, cuando competimos con otras nacionalidades, siempre ganamos; los “gringos” son tontos e ingenuos y no funcionan sin un sistema o un libro de instrucciones qué seguir; los gallegos son más tontos aún, van de gilipollez en gilipollez, Venancio y Manolo no salen de una cuando ya están en otra; los argentinos están tan ocupados mirándose al espejo que no se explican como fueron a dar a la Patagonia siendo europeos, si somos tan secillllllitos….
Esto del mexicano “ganón” no es más que claramente un mecanismo de defensa, parte del sentimiento de creernos menos o alienados porque un español, sucio, mugriento, bárbaro, católico, avaricioso, aventurero y lleno de viruelas, nos jodió, más mexicanamente: nos chingó, aprovechando las mismas divisiones que hoy vivimos, pero que ahora los hijos de este violento choque, aprovechan (en camarillas de compadres), a veces como un autoflagelo inconsciente; la venganza de Moctezuma contra sí mismo.
El día (que puede ser hoy) que podamos conciliar nuestras almas y nos aceptemos como un pueblo que llegó al concierto mundial para quedarse, que estemos conscientes que no somos más ni tampoco menos y simplemente practiquemos el ser sin tener que demostrar a nadie lo que somos, que entendamos que la cohesión requiere de todos para avanzar como sociedad, y que formamos algo más grande que sólo nuestra extensión territorial política (artificial, como todas las fronteras), quizá ese día podamos decir oui y otro gallo nos va a cantar a todos.
Octavio lo supo mejor que muchos:
“Si yo mismo incurrí en un libro fue para liberarme de esa enfermedad [...] Un país borracho de sí mismo (en una guerra o una revolución) puede ser un país sano, pletórico de sustancia o en busca de ella. Pero esa obsesión en la paz revela un nacionalismo torcido, que desemboca en la agresión si se es fuerte y en un narcisismo y masoquismo si se es miserable, como ocurre con nosotros. Una inteligencia enamorada de sus particularismos [...] empieza a no ser inteligente. O para decirlo más claramente, temo que para algunos ser mexicano consiste en algo tan exclusivo que nos niega la posibilidad de ser hombres”.
Octavio Paz
Para conocer más acerca del crisol de los pueblos indígenas de México y la amplia variedad de lenguas nativas, visite estas direcciones:
http://es.wikipedia.org/wiki/Pueblos_ind%C3%ADgenas_de_M%C3%A9xico#Pueblos
http://sic.conaculta.gob.mx/index.php?table=grupo_etnico&l=&estado_id=