miércoles, 24 de julio de 2013

La mente, nuestra aliada pero también nuestra enemiga/ensayo

¿Será capaz el simple razonamiento de mitigar nuestra irracionalidad?

 

 
Ya lo han dicho mentes poderosas y originales, aquellas que han sido capaces de un razonamiento singular que nos ha arrojado cierta luz acerca de los motivos que nos hacen ser lo que somos y actuar como lo hacemos. Sin embargo, seguimos comportándonos de maneras insospechadas, en donde nos apresa, desde los primeros tiempos en que nos sabemos una especie de este mundo, un inevitable sentido de irracionalidad.


¿Por qué siendo entidades racionales, por tanto conscientes de ello, seguimos siendo irracionales y básicos en el fondo? ¿Por qué finalmente la parte mental a la que difícilmente tenemos acceso, a ese llamado subconsciente, es el que dicta, con mayor frecuencia, la manera de sentir real y por lo tanto, la forma de reaccionar ante todo lo que percibimos? ¿por qué, en ocasiones, o casi enteramente, depositamos nuestra voluntad en lo externo, en otro o en otra? Y lo peor, que no nos damos cuenta cabal de la situación y lo justificamos o tratamos de justificar con las más variados argumentos, en este caso, lo intentamos racionalizar, hacerlo comprensible  primero para nosotros y luego para los demás, ¿no es esto tratar de vivir engañado? ¿será por eso que la mentira campea en nuestros actos de relación? ¿será por eso que la hipocresía y el encubrimiento se nos da de forma tan natural? ¿es un sistema de defensa contra el miedo y contra los demás? ¿asidero de falsa seguridad?


¿Es acaso el castigo divino por aquel acto de curiosidad y rebeldía al comernos la manzana? como nos lo han dicho hasta la saciedad ¿o será que precisamente, porque somos en la base un ser biológico salido apenas de la animalidad que trágica o afortunadamente, tenemos la consciencia de que existimos? ¿es ésta una maldición? ¿y cómo nos libramos de una maldición que parece ser cíclica?


Somos memoria, como lo comenta Jiddu Krishnamurti, vivimos con base a lo que conocemos y a la acumulación de recuerdos en nuestro cerebro, muchos de esos recuerdos son inaccesibles para la consciencia y dada una situación o evento particular de cierta tensión, emergen y nos hacen tomar acciones que luego podrían no ser las mejores. Son aquellas “ventanas killers” que menciona Augusto Curi en sus estudios sobre la inteligencia y que están ahí, latentes en esa parte primaria de almacenamiento de la psique, nos las explica de esta forma: “En la memoria existen muchas clases de ventanas enfermas: fóbicas (que generan claustrofobia, fobia social, ataques de pánico), anticipatorias (que generan pensamientos sobre el mañana), de baja autoestima y timidez (que producen trastornos en la autoimagen y una preocupación excesiva por la opinión de los demás). Este fenómeno es fundamental para explicar por qué somos una especie capaz de producir poesía y tener sensibles reacciones solidarias y, al mismo tiempo, de mostrarse dispuesta a la guerra, a matar y a dominar a los demás sin la menor racionalidad. También explica nuestras reacciones incoherentes y la dificultad para dirigirnos a nosotros mismos. Las ventanas killers bloquean la inteligencia, nuestra lucidez y nos hacen reaccionar como animales, según pautas instintivas ¿Cuántas veces lastimamos a las personas que más merecen nuestra comprensión? ¿Cuántas veces perdemos el control de nuestras reacciones y cuando la emoción se apacigua nos damos cuenta de que nuestras actitudes debieron haber sido menos violentas?”. 


Existe una confrontación clara entre nuestro fuero interno y lo que percibimos como lo externo, sujetos a reglas y maneras de conducción, de comportamientos y convenciones, de estructuras que intentan homogeneizarnos y formar entidades correctas para alcanzar un estándar adecuado. Krishnamurti menciona en este caso: “La actividad psicológica interna siempre se opone a lo externo, por muchas regulaciones, sanciones y decisiones que pueden ustedes tener exteriormente; todo ello es hecho añicos por nuestros deseos psicológicos, nuestros temores y ansiedades, por el anhelo vehemente de seguridad. A menos que comprendamos eso, cualquiera sea la apariencia de orden que podamos tener, el desorden interno se impone a lo que se amolda, se disciplina, se regula exteriormente. Pueden existir instituciones –políticas, religiosas, económicas- esmeradamente construidas, pero cualquiera sea el carácter de esas construcciones, a menos que nuestra conciencia interna se encuentre en un estado de orden total, el desorden interno triunfará siempre sobre lo externo. Esto lo hemos visto históricamente, y ahora está sucediendo frente a nuestros ojos. Es un hecho.”


Si observamos nuestro comportamiento, con seriedad y profundidad, nos daremos cuenta que lo llevamos a cabo de forma casi autómata, no es común que nos cuestionemos por qué hacemos esto y no lo otro, por qué elegí vestirme como lo hice hoy, por qué llevo el cabello como lo llevo, por qué le dije a aquel o a aquella lo que mejor no le hubiera dicho, por qué hablo como lo hago, por qué deposito mi confianza en personas que me traicionan una y otra vez, por qué insulto y menosprecio a algunos, por qué sigo aquí cuando preferiría estar allá, por qué soy soberbio, por qué tengo miedo.


Por supuesto, todos estos por qué y tantos otros, ni siquiera llegamos a cuestionarlos, es más, no pensamos en ellos, ¿para qué complicarnos la existencia si de hecho ya lo es? Así que como la respiración, la digestión, el latido de nuestro corazón y en general, todas las funciones de nuestro cuerpo, son operadas de forma automática sin nuestra intervención directa, de esa manera asumimos que sucede con todo lo demás. Eludimos aquello que nos diferencia de los demás seres vivos, desdeñamos el razonamiento y vamos por ahí, haciendo como que vivimos y lo que es más concluyente, nos la creemos.


Es incuestionable que somos entidades emocionales, además de tener la capacidad de pensar, sentimos. Es esta cualidad dual, una de las más intensas paradojas de le existencia, capaz de exaltar el espíritu y de proveernos de lo más sublime pero también de lo más infame y degradante. ¿Qué es lo que hace que dos personas, en ambientes similares y con inteligencias equiparables, una sea un vil criminal y otra un connotado profesionista motivado por causas nobles? El condicionamiento social es el mismo ¿por qué un mismo ambiente de desarrollo podría llevar por muy diferentes caminos a dos personas? ¿por qué uno alberga frecuencias de sentimiento tan diferente al otro? Si esto sucede con dos personas de entornos similares ¿qué podremos imaginar cuando los medios de la cultura y condicionamiento son totalmente diferentes? Quizá el mero condicionamiento del medio ambiente no sea la única respuesta y de cierto no lo es, en mayor medida lo es el grado de consciencia del individuo, que finalmente es la consciencia universal, única; continuando con esta línea y como nos dice Fromm: “el hombre es producto de la historia pero también la historia es producto del hombre”, si bien es cierto existen los moldes sociales y las tendencias generales de una cultura, también, y continúa Fromm: “las energías humanas se tornan a su vez fuerzas productivas que forjan el proceso social. Así, por ejemplo, el ardiente deseo de fama y éxito y la tendencia compulsiva hacia el trabajo son fuerzas sin las cuales el capitalismo moderno no hubiera podido desarrollarse; sin ellas, y sin un cierto número de otras fuerzas humanas, el hombre hubiera carecido del impulso necesario para obrar de acuerdo con los requisitos sociales y económicos del moderno sistema comercial e industrial.”


Es como un despertar ante los hechos de por qué somos como somos, pero cuidado, este autoanálisis es parcial, ya que lo que viene de la mente, como lo menciona Krishnamurti, nunca es completo: “la mente está supeditada a toda la carga ancestral de ideas, conceptos y prejuicios, por lo tanto el pensamiento siempre será incompleto”.  Al menos y aunque parcial, es un avance en el camino y lo esencial es cuestionarnos, investigar dentro de nosotros y derribar las barreras que nos lo impiden, nadie nos dará las respuestas, esa es precisamente nuestra labor. Ahí reside la verdadera libertad que no es el que hagamos, vivamos y nos movamos a nuestro antojo, ejercer nuestra libertad, ser libres, inicia precisamente con serlo desde el interior, con una mente abierta e incluyente, que no sigue a éste o a aquel, a nadie en particular, sino que desde la base de la responsabilidad y de su correspondiente asunción, se integra a la totalidad de la humanidad, del mundo, espontánea, positiva y afirmativamente.


Así que cuando creamos estar pensando quizá sólo estemos repitiendo viejos patrones ¿cómo saber si un pensamiento que producimos es original? ¿cómo saber que no viene motivado por nuestro temor? ¿o por nuestros condicionamientos enquistados ahí, en lo profundo? Erich Fromm, respecto a ese conformismo visible nos dice: “La mayoría de las gentes ni siquiera tienen conciencia de su necesidad de conformismo. Viven con la ilusión de que son individualistas, de que han llegado a determinadas conclusiones como resultado de sus propios pensamientos –y que simplemente sucede que sus ideas son iguales que las de la mayoría-. El consenso de todos sirve como prueba de la corrección de ideas.”  Esto último, aunque sea un error; como ejemplo clásico el de Galileo en donde la mayoría –o todos los demás- estaba equivocada, al Sr. Galilei sólo le resto decir finalmente ante la tozudez y necedad de sus contemporáneos (y salvar el pellejo): “y sin embargo, se mueve”.


Permanecemos apegados a ideas y creencias como una forma de protección, de evitar el rechazo de los demás y sentirnos parte de ellos, sacrificamos el producto de nuestra reflexión en aras de pertenencia a la familia, nación, religión, partido o cualquier grupo social de identificación. Es ahí, en el interior de cada quién, en donde inicia la división y el sentirnos separados de los demás, por ello tratamos de protegernos con las más variadas justificaciones y saboteamos los pensamientos que pudieran ser originales y renovadores.


Ante un mundo lleno de peligros y necesidades por cubrir, desde las fisiológicas básicas para sobrevivir hasta aquellas de carácter psicológico, como las de pertenencia o seguridad, es necesario un proceso de cierta adaptación ante tales desafíos. Fromm hablando de Freud, añade: “Junto con sus discípulos, dentro de la psicología moderna, no solamente puso al descubierto el sector irracional e inconsciente de la naturaleza humana, cuya existencia había sido desdeñada por el racionalismo moderno, sino que también mostró cómo estos fenómenos irracionales se hallan sujetos a ciertas leyes y, por tanto, pueden ser comprendidos racionalmente.” Esto fue el inicio de un caudal de investigaciones y reflexiones sobre el comportamiento del hombre, sobre sus miedos y angustias, sobre sus reacciones y postura frente a la sociedad en momentos determinantes. Seguida por sus defensores pero también denostada por sus detractores, la psicología dinámica nos ha ido proporcionado algunas respuestas. El valor fundamental ha sido la provocación de voltear hacia esos terrenos de nuestra psique que antes permanecían ocultos y que sólo se intuían o se explicaban simplemente como condición o característica innata humana pero ¿por qué?, no nos lo habíamos preguntado, antes no habíamos buceado en esas profundidades.


Krishnamurti nos indica: “Como se nos ha educado, programado, condicionado para ser individuos, nuestra consciencia es, entonces, toda esta actividad del pensamiento. El miedo y la persecución del placer son el movimiento del pensar. El sufrimiento, la ansiedad, la incertidumbre y los remordimientos profundos, las heridas psicológicas, la carga de siglos de dolor, todo eso forma parte del pensamiento. El pensamiento es el responsable de lo que llamamos amor, que se ha vuelto placer sensual, una cosa del deseo.” Por ello uno de los factores principales en cuanto a comprendernos, a nosotros mismos y a los demás, es ese intento real por prestar atención libremente, sin juicios, permitirnos observar que nuestro pensamiento está cargado de conceptos e ideas que obnubilan sus resultados y que además, no son nuestros.


Así, nuestra mente puede jugar con nosotros mismos y de hecho, lo hace buena parte del  tiempo, aunque digamos que nuestros pensamientos nos pertenecen y son nuestro producto, si observamos detenidamente, nos daremos cuenta que lo que nos mueve a la acción no siempre parte de un razonamiento en forma, puro y meditado, sino de nuestro condicionamiento y de lo que creemos cierto, regularmente disfrazado con argumentos aparentemente sólidos pero que realmente vienen de esos impulsos internos que a veces son oportunos, pero no siempre.


Ya lo sabemos, ¿tendremos la voluntad de enfrentarlo? ¿de intentar ejercer nuestra verdadera libertad? ¿seremos capaces de ser lo suficientemente humildes y sabios para definirnos por lo que somos y no dejarnos embaucar por el interminable azuzamiento del miedo y afán divisorio en nuestras sociedades actuales?


Nos quedamos con esta cita de Fromm: “Lo esencial en la existencia del hombre es el hecho de que ha emergido del reino animal, de la adaptación instintiva, de que ha trascendido la naturaleza –-si bien jamás la abandona y siempre forma parte de ella—y, sin embargo, una vez que se ha arrancado de la naturaleza, ya no puede retornar a ella, una vez arrojado del paraíso –un estado de unidad original con la naturaleza—querubines con espadas flameantes le impiden el paso si trata de regresar. El hombre sólo puede ir hacia delante desarrollando su razón, encontrando una nueva armonía humana en reemplazo de la prehumana que está irremediablemente perdida.” 


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Bibliografía:


Jiddu Krishnamurti. “La madeja del pensamiento”. 2006. Edit. EDAF, S.A.

Augusto Cury. “12 semanas para mudar uma vida”. De la traducción al español 2009. Edit. Planeta.

Erich Fromm. “El miedo a la libertad”. 1947. Edit. Paidós. Reimpresión 2012.

Erich Fromm. “El arte de amar”. 1959. Edit. Paidós. Reimpresión 2010.


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