lunes, 30 de septiembre de 2013

El valor de lo que compramos...y de lo que vendemos.

Una opción de practicar una vida un poco más sencilla sin convertirnos en ermitaños radicales y bajar nuestro nivel de consumo exacerbado.
¿en dónde está el valor real de las cosas,  y el nuestro?


   Cuando Ana compró sus nuevos zapatos tenis tenía en mente adquirir aquellos que mejor le combinaran con su ropa deportiva, que fueran bonitos, cómodos y que mostraran la buena selección de la marca que había escogido, por supuesto, muy de acuerdo con el estándar de los miembros del lugar que cada lunes, miércoles y viernes, como ella, asisten para realizar sus ejercicios y mantener el tono muscular, la salud y escapar de la criminalidad de los tiempos actuales (obesidad).

    Ana no sabe y muy probablemente no le interese, que los obreros (mujeres, hombres, y frecuentemente, niños) que trabajan en la compañía que fabrica esos zapatos, personas a  a las que nunca conocerá, jamás podrán calzar un par de lo que ellos mismos contribuyen a producir y que ganan sueldos con los que difícilmente subsisten individualmente y menos, su familia, si la tienen.

    Ana tampoco sabe que con su adquisición hace un poco más ricos a los dueños de la compañía fabricante y que éstos harán lo imposible por mantener sus márgenes de ganancia dentro sus expectativas y mejor aún, por encima de ellas. Estos empresarios crearán instituciones filantrópicas en sus países de origen, algo así como para lavar un poquito su consciencia, ganar buena imagen y deducir impuestos (no necesariamente en ese orden), mientras dan mendrugos a los trabajadores de sus plantas, a aquellos que experimentan jornadas laborales extenuantes y repetitivas por pagos que ningún ciudadano del país en el que vive el inversionista aceptaría.

    Viéndolo más de cerca, Ana no necesitaba comprar ese par de zapatillas nuevas, tiene ya cuatro pares en muy buen estado, llevar el mismo para cada sesión no se ve bien, hay que estar a la moda y variar el estilo y el diseño. El valor real de esos zapatos tenis está bastante alejado, muy distante de su costo real, ella no sabe que por ejemplo y entre otros, la publicidad y todo el plan de mercadotecnia de la compañía fabricante está ahí reflejado, este costo adicional, que no añade nada a la calidad de los materiales o a su desempeño o a sus  cualidades, representa una parte importante del precio final al consumidor, pero es fundamental en la llamada creación de marca, ese valor subjetivo que las compañías se empeñan en destacar con grandes porciones del presupuesto y que lleva a justificar el sobreprecio del producto creando una demanda superflua por él. Llevar estos zapatos tenis en los pies hace a uno sentirse “dentro”, llevar unos zapatos para cubrir nuestra necesidad de protección y mejorar nuestros andares, correrías o saltos, haciéndolo todo más cómodo, dejó de ser lo esencial, además de ello es necesario ahora que los zapatos reflejen un estilo, un estatus, una posición en la sociedad y que sólo con utilizarlos, correré más, saltaré como nunca, me convertiré en un súper atleta, estaré en la cúspide deportiva, seré libre y determinado y sabré hacia adónde voy, la marca de los zapatos me refleja y me define (mal define).

    Esto pasa con todos los productos (incluyendo los servicios), en donde los fabricantes colocan cada vez más dinero en los empaques o manera de presentarlos, en algunos casos, el empaque, podría tener un costo similar al producto y más aún, sobrepasarlo, es algo irónico, pero no alejado de la realidad, lo que se vende es la imagen o lo que esto represente para el consumidor. El costo del empaque, con esos colores y diseño tan lindo que nos llama la atención, por supuesto va incluido en el precio que pagamos, nada es gratuito.

    La emulación de la parte de la sociedad menos favorecida o con menos recursos o aquella con recursos pero que quiere gastar menos, es también obsesiva y si no observemos la enorme demanda por objetos de “marca” pero de procedencia imitativa, hechos por fabricantes diferentes a aquellos propietarios de esas “marcas”, esa acción en este país se le llama románticamente con el eufemismo que todo mundo acepta (como muchas otras ideas externas), “piratería” y que no es otra cosa que un robo de propiedad intelectual, y todos aquellos que la llevan a cabo no son piratas, son: ladrones, rateros, cacos, malandros, vividores, malaleche que en su vida se han subido a un navío o ni siquiera  han  visto el mar -actualmente los piratas visibles de verdad son algunos somalíes, orillados por las condiciones tan dramáticas en que viven-. Pero hay un mercado, y mientras la demanda exista, habrá quien la satisfaga, lo mismo que la demanda por drogas o cualquier otro producto o servicio, incluyendo la pornografía infantil, el mercado de órganos o la “trata de blancas”. Todo se transa, todo se comercia, todo alcanza un valor de mercado. Hemos creado o permitido que se cree el supramercado, el que nos domina, todos tenemos nuestro precio ¿no se dice así? todo, todo se transa, se intercambia, se compra y se vende, vendemos nuestra alma al mejor postor que no necesariamente es el diablo.

    Bajo este esquema de consumismo inconsciente y desaforado en el que hoy estamos insertos, encontrar a quién no sea arrastrado por esta marea de consolación, idea falsa para sentirnos menos solos y aislados, es un aliciente esperanzador, un faro en el oleaje. Por ello, el artículo que una persona amiga compartió recientemente en los medios electrónicos, escrito por Luciane Evans, periodista nacida en Belo Horizonte, Minas Gerais, Br., y publicado en el portal de revistas y suplementos del periódico Estado de Minas, nos trae cierta frescura al presentarnos a algunas personas que se alinean fuera de las tendencias del “tener” y llevan el “hacer”, y más importante, el “ser”, a sus vidas cotidianas.

    El artículo lleva por nombre: “Conoce a hombres y mujeres que han optado por una vida más simple”, y en su entradilla dice: “En contra de la sociedad contemporánea, los hombres y las mujeres optan por una vida más sencilla. Aseguran que son más felices. Conozca las historias”. Menciona algunos casos de gente, iniciando con aquella más o menos famosa y luego descendiendo a personas menos conocidas, que sin ser propiamente estoicos , sí incorporan a la práctica de sus vidas ciertos principios de esta corriente filosófica, contribuyendo a simplificar y sintetizar sus ideales de vida dirigiéndola hacia las necesidades reales y a aquellas facetas que son las que importan. Habla, por ejemplo, del presidente de Uruguay, José Alberto Mujica o del líder de la iglesia católica, el argentino  Jorge Mario Bergoglio, mejor conocido como el papa Francisco. Evans nos comenta de rasgos de ambos, el primero viviendo a las afueras de Montevideo, en una casa muy sencilla y sin ninguna servidumbre, conduciendo su volkswagen sedán cuando lo necesita, su guardia personal consta de dos policías vestidos de civil estacionados fuera de su casa en una calle de tierra; el segundo, rompiendo el protocolo de la institución ahora ya de papa, prefiriendo caminar y acercarse a los feligreses en lugar de hacer el trayecto por las calles en el automóvil oficial, como lo dicta la usanza. Días antes de su designación como dirigente máximo de los católicos podía encontrársele viajando en metro y autobús por las calles de Buenos Aires, luego en casa preparándose su propios alimentos, actividades comunes para muchos pero quizá difíciles de encontrar en un cardenal o en el obispo de Roma.

    Siendo ambos figuras públicas, estos comportamientos podrían verse como montajes para ganar las simpatías de sus seguidores o a quienes sirven, pero al parecer y en retrospectiva de sus historias personales, mantienen la congruencia con éstas y transmiten un sentido de verdad natural que se percibe. Para ampliar y por supuesto, hacer mucho más palpable estos escasos comportamientos en nuestro mundo de consumo, Evans, en su publicación, nos presenta una variedad de personas de la vida diaria, comunes y corrientes, como tú o como yo, que han elegido soslayar las tentaciones y apegarse a lo que es necesario, evitando lo superfluo y que no añade valor real a nosotros o a nuestra vida corriente.

    Es probable que una miríada de gente se pregunte ¿y que tiene de especial que una persona viva de esa manera simple y humilde o podría decirse, austera? es de lo más fácil vivir así, para los millones de pobres y los que viven al día es sumamente obvio, con ingresos  reducidos que posibilitan tener para lo básico y a veces ni para eso, pero esto es una trampa, en todo el espectro económico desde tener mucho dinero, ser rico, o tener muy poco, ser pobre, no tiene nada que ver con el concepto de vivir una vida más elemental. Por ejemplo, una persona que tenga  recursos muy reducidos y que de pronto recibe una enorme suma de dinero, por medio de la lotería, una herencia o que le llegue de cualquier forma, lícitamente o ilícitamente, ¿qué es lo primero que hace? va a empezar a gastar ese dinero, va a empezar a comprar, en forma desmedida, todo aquello de lo que se ha privado, porque antes no tenía los medios para ello. Su calidad moral y sus cualidades como persona, positivas y negativas, se proyectarán ahora con el poder que da el tener mucho dinero, dependerá de sus antecedentes y de la firmeza de carácter para no perderse en este nuevo régimen. Es muy posible que cambie de amistades, de casa, de auto, se hará receloso y se sentirá en peligro, quizá piense que habrá muchos que le quieran quitar parte de su nueva riqueza, se preguntará quién realmente se le acerca sin querer aprovecharse de su posición. Esta persona pasará de ser pobre a ser rico, o de tener recursos muy limitados a tenerlos en abundancia, no escatimará en adquirir cientos de artículos superfluos, sus deseos no tienen freno, se deja llevar por un consumismo desmesurado, sus limitaciones anteriores eran de fuera, impuestas por su situación económica y no por elección propia razonada, esa es la respuesta, quizá por ello grandes fortunas recibidas de súbito por alguien pobre (o no tan pobre en el sentido estricto de lo que se entienda), se agotan muy rápidamente.

    Por otro lado, hay ricos o personas en posiciones de privilegio (como los ejemplos de un presidente o de un papa vistos antes) que pueden acceder a recursos, no necesariamente de su propiedad, y que sin embargo, los utilizan discretamente o en otras palabras, disponen de estos recursos con honradez y probidad,  y no sólo eso, sino que cuidan estos valores como propios e igualmente viven de acuerdo a preceptos de íntegra  sobriedad. Llegamos al acuerdo de que no es lo que se tenga o no se tenga en cuanto a riqueza material lo que defina de qué manera reaccionamos ante el consumir lo que es  necesario o hacerlo de forma compulsiva e irracional adquiriendo lo innecesario. Evans nos indica respecto a las personas que buscan una vida menos complicada y más sencilla: “Son guerreros que nadan contra la corriente en una sociedad que valora cada vez más lo superfluo como garantía para ser feliz. "Hoy en día, lo que prevalece es el consumismo exacerbado, pero si hay grupos que buscan la simplicidad es un síntoma del agotamiento de la frenética búsqueda que termina por no llevar ninguna parte", dice el psicólogo, psicoanalista y Ph.D. de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) Roberto Carlos Drawin”.

    Consumir no es algo negativo, consumir mucho más de lo que requerimos, sí. Todo en exceso tarde o temprano nos dañará o dañaremos a alguien, como lo mencionó sabiamente Cervantes ya hace unos 400 años en el Quijote: “...que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aún de las malas, se estima en algo”, la ley de la oferta y la demanda que tantas veces se ha mal utilizado para para equilibrar mercados artificialmente y evitar pérdidas o viceversa, capitalizar ganancias, visto comúnmente en las especulativas bolsas de valores. La tendencia natural del libre mercado nos orienta hacia consumir más, gastar más, renovar aparatos y utensilios cuando aún están en perfectas condiciones de uso; moda y nueva tecnología, obsolescencia programada, creación de necesidades sintéticas y vanas, son algunos de los conceptos corrientes que nos impulsan hacia el consumismo, entendiéndose éste como lo define el DRAE: “Tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios”, mal, entre otros, de nuestro tiempo. No solo consumimos objetos o servicios, también compramos esposas o esposos, compramos amistades, hijos, una familia, hasta presidencias nacionales y voluntades, somos cómplices del consumismo y nos confundimos en él, el consumismo nos crea y nosotros lo recreamos, y lo peor, ni cuenta nos damos.

    Por eso, esta corriente de vivir solo con lo que requiramos realmente, que por cierto ha estado con nosotros desde tiempos muy antiguos, desde su origen, por los pensadores griegos antes de nuestra era común y luego retomada por algunos ilustres romanos como Séneca o Marco Aurelio, podría ayudarnos a mitigar y frenar ese consumismo rampante y tratar de vivir con menos tensión, más sosegadamente. Alejarnos de las decisiones de las oligarquías disfrazadas de democracias (como lo son en la práctica casi todas). Ya lo dice Lou Marinoff en el sugerente título de su libro “Más Platón y menos prozac”, más filosofía práctica y menos soluciones temporales con artificios químicos. Como también lo menciona el Dr. Drawin, en el reportaje de Evans, respecto a esta concepto estoico: “No sólo es en el sentido de no tener bienes materiales, sino que esto no se convierta en una tiranía ",  Drawin matiza: "Esto fue seguido tanto por el emperador como por el esclavo, el hombre sólo alcanza la felicidad si está libre para deshacerse de las dependencias de los bienes materiales”. Cayendo en cuenta que cierto desapego por lo material nos ayuda a desacelerar el ritmo, por ende, a regular el estrés, esto se convierte en una cuestión de sanidad mental que podríamos incorporar a nuestro día a día.

    ¿Cómo medir, en términos económicos, el valor de un ser humano? ¿cuánto cuesta una vida?, aunque definir esto implica deshacernos de toda ética fundamental en aquello que no puede circunscribirse a un mero asunto económico, en la realidad del mundo, todos tenemos un valor dado por la atrocidad del materialismo frío y abyecto, a veces no muy evidente, a veces engañoso y otras, bastante definido. Cuánto tienes, cuánto vales. Y de nuevo: el auto que usas, la ropa que vistes, el lugar en el que vives, el tamaño de tu casa, los restaurantes en donde comes, las cirugías estéticas que llevas, el perfume que te pones, el colegio o la universidad al que asisten tus hijos, los lugares en que vacacionas, y todas aquellas tenencias y posesiones que disfrazan lo que somos en esencia. Es muy posible que el negocio de los secuestros, generalizado en el entramado social (hablando de este país, México), sea una derivación del mismo sistema capitalista consumista que pone precio a todo y a todos, el ser humano sufre una degradación enorme y aquí toma, en su forma más ostensible, el carácter de mercancía, de un producto por el que se puede negociar, la vida de una persona y el trauma entre sus familiares y cercanos, no importa más, parafraseando a José Alfredo Jimenez y su canción “Camino de Guanajuato” en un tono bastante desgarrador y por supuesto, con mariachi: “No vale nada la vida, la vida no vale nada,  comienza siempre llorando y así llorando se acaba, por eso es que en este mundo la vida no vale nada”, quizá anticipaba ya desde los años 50’s cómo,  efectivamente, humanos retrógrados y enfermos, pervertirían la vida a tales extremos generalizados en el mismo corazón del sistema cultural y social del país.

    Cuando observamos cierta luminosidad en cualquier trayecto obscuro, se nos acerca el aliciente de que la razón finalmente pueda triunfar, ello nos provee de brío y de confianza, nos reanima a tener esperanza en nosotros mismos, primero, y luego en todos aquellos que nos rodean, al fin de cuentas y como nos vienen diciendo con su ejemplo todos los místicos y grandes mentes que nos anteceden, somos una sola humanidad y la individualidad es sólo una ilusión. Dominar nuestro ego, simplificar nuestro estilo de vida, aderezarlo con un poco de humildad, sabotear nuestra soberbia, intentar seguir preceptos del estoicismo, incorporarlos a nuestras vidas con alegría y decisión, en este planeta de valores tergiversados, nos ayudaría a acrecentar nuestra sensibilidad, a pensar mejor y percibir con claridad en donde está verdaderamente la riqueza, no importa en dónde te encuentres, de dónde seas, ni la posición socioeconómica (siempre artificial) en  la que crees estar o la religión que profeses.
No es mala idea.


“Esta opción de vida, es muy posible en la gran ciudad, aún y a pesar de que la lucha será mayor ahí, con las tentaciones de consumo y sus intentos seductores tan cerca. La sencillez es a menudo esencia del alma y de actitudes conscientes, y no hay necesidad de ningún radicalismo para llegar a ella”.
Luciane Evans en su articulo.

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Nota.- Para quien desee leer el artículo* completo de Luciane Evans, lo encontrarán en esta dirección: http://www.pragmatismopolitico.com.br/2013/04/homens-e-mulheres-que-optaram-por-uma-vida-simples.html
*Escrito en portugués.