viernes, 31 de enero de 2014

Qué hueva...

1.-“No, sabes qué, tipo que no me estás entendiendo, hay que hueva lo que dices, no es así, no eres responsable si no no te portarías así ¿sabes qué? mejor luego hablamos, me cae que qué hueva me da oírte…”

2.-“Vente para acá, es que ahí está una pinche cliente y no quiero que me vea…”

    La primeras palabras de arriba, corresponden a una conversación que una joven, por ahí en sus veintes, llevaba a cabo en su teléfono móvil, por el tono de lo que decía denotaba un claro enojo y malestar con su contraparte en la línea, de hecho, un varón. No es que quisiera husmear en conversaciones ajenas pero quien estuviera a unos metros de esta joven la escucharía clara y rotundamente, sin remedio y aunque no lo quisiera.

    Paseaba por la Plaza Comercial y decidí sentarme un momento en la loza que ejercía funciones de banca, la mujer estaba de espaldas a mi a una distancia prudente en la que no invadía su espacio físico, sin embargo ella se encontraba tan sumergida en la conversación que prácticamente la escuchaba cualquiera que pasara por ahí, la atención de su mundo quedaba sólo en ese pequeño artefacto móvil y lo que estaba del otro lado, el medioambiente real desaparecía para ella, algo así como cantar bajo la ducha pero esta vez en un lugar público.

    Yo trataba de observar a la gente que caminaba alrededor, veía las escaleras eléctricas de varios niveles que llegaban hasta los sótanos de estacionamiento, curioseaba en cómo se veía la gente bajo esta perspectiva de altura y el movimiento monótono y sin fin de los escalones que desaparecían tragados por el piso aunque luego volvían a nacer otros, también veía el establecimiento de café que está contraesquinado de donde me encontraba, en mi mente vagaba la idea de comprarme y tomarme uno de esos líquidos calientes plagados de sabor y aroma exquisitos pero finalmente, no lo hice, por la tarde y noche ya no los acostumbro.

    Ahí enfrente también, está el hotel que me recuerda a un tipo de influenza, particularmente a la AH1N1, desafortunadamente incidiendo en el país, de manera estacional, comentan. Aunque minimalista y elegante, las iniciales de este hotel (NH) con que se nombra y que aparecen dibujadas claramente en la entrada, son fácilmente asociables y si yo las asocio, a lo mejor inconscientemente, quizá muchos lo harán. Esto último me hizo pensar en un pueblo en el que un amigo pasó un tiempo de intercambio en los EEUU y por el que de tal nombre, sus habitantes estaban bastante orgullosos, Atascadero, California, se llama el lugar. Por más que mi amigo trató de explicar a la familia que lo albergaba,  el significado del nombre en inglés, demostrable fácilmente, éstos nunca lo aceptaron, muy parecido a como funcionan los actos o dogmas de fe o los hechos históricos muchas veces tergiversados y que a fuerza de repetirlos, se estacionan como verdades eternas, nada que ver.

    En estas divagaciones estaba cuando esa voz femenina al teléfono acabó por distraerme y como la hablaba a la humanidad que por ahí rondaba, igual la escuché. Era una conversación bastante circular, el tipo insistiendo en su inocencia, a lo que parecía, y ella, molesta, sin terminar de despedirse y amenazándolo con colgar mencionando repetidamente la hueva que le daba escucharlo, no sin antes indicarle e indicarle e indicarle, que era un acto muy inmaduro lo que había hecho y que luego hablaban, y él volvía con nuevos argumentos o a lo mejor  con los mismos, el caso es que a ella le seguía dando hueva la conversación (así  lo seguía manifestando) sin embargo, algo le impedía finalizarla, a lo mejor no quería hacerlo o le daba más hueva colgar que continuarla.

    Como el estira y afloja no tenía para cuando, para beneplácito de las compañías de telefonía celular, me retiré de esa sección llevando mis divagaciones a otro lado.

    Las segundas palabras entrecomilladas de arriba, de igual forma las escuché por casualidad. Caminaba por los pasillos de la Plaza, muy cerca del área de comidas, dos damiselas lo hacían delante de mi a unos cuantos pasos. De pronto, una de ellas se detiene y tomando del brazo a su compañera, se da la vuelta, y es ahí cuando suelta la frase. Me detuve por un momento y me hice a un lado para que ellas pasaran, así que tuve oportunidad de ver muy de cerca la cara de la “ssrita” que emitió tan sonora frasecilla, por cierto, una chica bastante guapa y bien acondicionada, de la que no esperarías que se expresara de tal manera.
   
    Y es que hay que escuchar el tono para entenderlo porque como digo, las palabras por sí solas y aunque sean aquellas llamadas cándidamente “malas palabras” necesitan la debida entonación para expresar el sentir verdadero de quien las dice, por ejemplo una buena mentada de madre varía infinitamente de acuerdo a cómo se dice y a las circunstancias, ¿nunca ha salido de tu tersa boca una lastimera, profunda y emotiva mentada cuando en alguna ocasión te machucaste un dedo con un cajón o perdiste el paso y te tropezaste con una saliente de la banqueta o se te chorreo el bolígrafo en tu bolso o en tu camisa o perdió tu equipo favorito o descargaste la electricidad estática que almacenaste en tu cuerpo en la perilla metálica de una puerta o al subirte a algún coche? ¿y dónde está esa madre imaginaria de cualquiera de estas situaciones que provoca nuestro enojo? ¿ya ves? no existe.

    Esta popular y entrañable frase mentadera se ha convertido en parte onomatopéyica y sonora de dolor y desazón disparada automáticamente por nuestra profunda psique, por no decir alma, en sus debidas ocasiones, legado de la ficción mexicana. Quien sea de este país lo entenderá, si no lo comprendes, te engañaron y fuiste adoptado, extraído de otra cultura.

    Pero aquí, observando los dos conjuntos de palabras escuchados y expuestos arriba por dos lindas señoritas en una plaza comercial, no es que sean prosaicas o malsonantes o inclusive groseras, habrá quien lo piense así, pero no es por ahí. Lo que resalta en un primer vistazo, acordándome de algunas otras conversaciones entre mujeres con mujeres y mujeres con hombres es la estandarización de las expresiones entre ambos sexos. Las mujeres, indistintamente, utilizan ahora palabras y frases corrientemente aplicadas por varones. Por ejemplo y vulgarmente, se mandan a la veracruz, “vete a la veracruz” se dicen, ¿cómo es eso? si ellas no, no tienen pues…en todo caso y por similitud se mandarían a otro lado, a su contraparte. Se saludan con el “qué onda güee” cuando el “güee” o “güey” es claramente masculino.

    Este lenguaje andrógino y plano es más común de lo que pensamos, además de la notable pobreza del léxico actual. Por ahí leí que nuestro idioma cuenta con más o menos 283,000 palabras y que una persona con estudios básicos apenas utiliza unas 300 para comunicarse en su vida diaria y quizá pueda escribir correctamente una tercera parte, en este caso, unas 100 palabras. ¿del nabo, no? Si consideramos que el lenguaje es el instrumento elemental (entre otros) para transmitir lo que pensamos y sentimos, a su vez, para dar forma a lo que pensamos en nuestro interior ¿qué clase de comunicación podremos emitir? y lo que es peor ¿qué calidad de pensamiento se generará? es más ¿habrá alguno?

    Generalmente cuando hablamos en nuestra lengua materna no pensamos en qué y cómo decimos lo que decimos, nos viene de manera natural, quizá no estaría de más irnos observando y tratar de pensar un poco en por qué utilizamos unas palabras y no otras que expliquen más concreta y claramente lo que queremos transmitir, sería un avance muy importante ¿has contado cuántas veces repites una misma palabra en una conversación? ¿o por qué lo haces con una entonación prefabricada? fresa, naca universal, norteña, yucateca, chilanga base, chilanga clasemediera o la que sea. Si un día te atreves a hacerlo, a observarte, ya nunca serás el mismo, pruébalo…los cambios siempre vienen de adentro hacia afuera y tú eres la persona más importante para provocarlos…¿entendiste güee?




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fonbòs
Escobedo, N.L.