¡Azúcar!
La dulce sensación obtenida del infierno
El asfalto chicloso de las calles es parte del infierno, sin duda. Los zapatos se hunden en ese betún suavizado por el calor. Al caminar, se levantan gruesas hebras elásticas que se fijan a las suelas, dificultando el andar. La humedad, está por todas partes: minúsculas gotas flotan calientes e invisibles en el ambiente; se adhieren a la piel, se meten por la nariz, por los ojos; el calor interno conversa con el externo; el de afuera es decididamente, mayor. No hay sombra que refresque o amengüe tal sofocación. La suma de todos los calores es atrapada por la hondonada del valle donde se asienta la ciudad y que parece gritar: ¡de aquí, no sales! La alta temperatura, mansa, obedece.
Varios canales y un río cruzan la ciudad. Estas vías de agua dulce, con su evaporación, colaboran a que la humedad relativa del ambiente se incremente. La única pequeña ventaja es ver cómo se desliza el agua por sus cursos; cómo forma cascadas cuando el caudal cambia de nivel; al menos, te hace recordar esa sensación de frescura, quisieras meterte en ese líquido y permanecer ahí todo el largo verano, es decir, todo el año, tal pareciera que es la única estación que existe en esta zona tropical.
Todo esta muy bien, hasta ahora. Sí, es un horno bastante caliente pero de cierta forma, digamos que soportable.
–¡¿Qué!? ¿eso es soportable?
–Espera, espera, deja te sigo contando. Lo que de verdad incide en hacer que esta zona se sobre caliente y se convierta en la antesala del interior profundo del eje neovolcánico, es la temporada de zafra.
–¿Cómo dices?
–Como lo oyes, la temporada de la cosecha de la caña de azúcar.
Lo de alrededor tiene el carácter de un incendio, aunque no veas las llamas. Parte del hollín que se levanta en los campos, se adhiere a la humedad que hay en el aire, y que luego el viento mueve lentamente para caer aquí y allá, como plomadas que tras el impacto revientan en las gentes, en las calles, en los coches, en los techos, en los perros, en los gatos, en los monstruos. La ciudad entera se ennegrece; una ciudad de carbón.
El sol, a ratos, es ocultado por esa polvo negruzco que levanta la quema de los cañaverales; toda esa maleza que rodea a las cañas, así como las cañas mismas. El cañaveral en llamas es el calor adicional que hace falta para decir: esta zona, arde de a de veras; ¡arde como todos los demonios juntos! La zafra es, todavía, el mejor método de cosecha para la caña de azúcar.
Los enormes camiones de carga pasan con frecuencia por las calles de la población. Circulan con su apretujado cañerío. Esos palos largos, obscurecidos por la quema, recostados y firmemente amarrados, se apilan y sobresalen, por mucho, la altura de las cajas o a veces redilas, de esos grandes vehículos. Uno se imagina que en cualquier momento la fuerza centrífuga, provocada por los giros del camión al moverse, o por el vaivén al sortear baches y desniveles, hará ceder esas amarras y entonces sí, nos deleitaríamos con un desparramadero de cañas quemadas por las calles. Pero eso nunca pasa, todo está calculado al límite, a lo mexicano, desafiante.
¿Adónde van tantas cañas quemadas? Al Ingenio, a las gigantescas trituradoras. De ahí: melaza, azúcar o etanol, por un lado; por el otro el bagazo, para: tablones aglomerados, papel, cartón, derivados de celulosa, o para alimento para animales, o como combustible para las calderas del mismo ingenio. Todo se aprovecha, como en el cerdo o en la res.
La zafra a veces dura más de seis meses. En ciertas regiones, todo el año. Los trabajadores de la cosecha más parecen mineros. Es un empleo duro y extenuante. Por ello, cada vez que disfruto un pastelillo, una cucharada de azúcar en el té, una concha, un caramelo, recuerdo la imagen de ese hombre de las fotografías, lleno de hollín, con el machete en una mano y la suerte en un hilo, cosechando la caña de azúcar. Es como darle un reconocimiento silencioso.
El calor de la ciudad ya no importa tanto, se hace, digamos, menos intenso; aparece cierta compensación prehispánica: las aguas frescas mexicanas; de granos, de frutas, de semillas, de vegetales, de hojas, de cáscaras. Algunas de ellas son de: jobito, tepache, horchata, tamarindo, guanábana, huapilla, melón, jamaica, limón, naranja, papaya y cientos más; generalmente endulzadas (las hay que no) con azúcar de caña, la de la zafra, con su debida evocación de procedencia. ¡Pa’dentro! Atenúan el infierno, y sus demonios: ¡a raya!
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Escobedo, N.L. a 21 de marzo de 2021.