martes, 21 de junio de 2011

Un rincón...

    Todos tenemos instantes sobresalientes que han marcado un momento significativo, memorable, en nuestro devenir, esa serie de acontecimientos que van formando nuestras experiencias y nuestra historia personal. Esos espacios los llevamos con nosotros, son parte del bagaje de nuestras neuronas y ahí están, en nuestra mente. 
     
    Quizá unos no son agradables, ya que los hay de todos los sabores y matices, unos los traemos en la subconsciencia, difíciles de digerir y regularmente, de comprender, otros los tenemos presentes en la consciencia, y nos remontan a acontecimientos de alta resonancia, y que en su ejecución, nos provocaron un movimiento de los sentidos, una revolución de todos nuestros órganos, un temblor en la totalidad molecular, desde los dedos de los pies hasta la punta del cabello mas largo en nuestra cabeza. 
 
    No sabíamos qué seguía, a los quince años la concepción del mundo es limitada, al menos para aquellos que no hemos vivido en un país en guerra o en conflicto o más aún, que no hemos pasado por un hecho de suma violencia en la niñez, en donde la maduración, en este caso como en toda zona más caliente, es tan veloz que la ingenuidad deja de existir, brincando esa estadía para irse directo a la adultez feroz y defectuosa, sin el equipaje completo con la violencia enquistada muy dentro. Pero siempre hay un resquicio por ahí en nuestra psique que nos coloca en la búsqueda y conquista de las áreas puras, de ese oleaje que nos hace falta para seguir cuerdos, para respirar, para humanizarnos y recrear la esperanza. Sin duda, experimentar es la mejor forma de adquirir conocimiento, de integrarlo a nuestro paquete y de decir: lo aprendí, lo hice. 
 
    Claro que no necesitamos experimentar todo, hay experiencias que nos lastimarían y nos destruirían, todo está en equilibrar el sentido de lo que somos y de la senda por la que transitamos, con una dirección de lo mejor para nosotros sin menoscabar a los otros, como hace referencia en lo que dicen que dijo B. Juárez. En ocasiones olvidamos que no sabíamos y que tuvimos un inicio, menospreciamos a la persona -desde antes de salir del útero ya somos una persona- que recién lo descubre y ponemos nuestra cara de adulto experimentado, se nos va la mano, acabamos en la soberbia y la interacción con el otro se descompone, se deteriora, se termina la comunicación sana, y las brechas generacionales se acentúan y luego no sabemos qué hacer. ¿Qué carajos dice éste? Además de los rincones mentales, existe el lugar físico, con su temperatura y circunstancia en donde pasó el hecho, el rincón en donde lo experimentamos, sitio que en la mayoría de los casos, no escogemos, sino que surge de forma espontánea y natural, ciertamente nos toma desprevenidos, con la guardia baja (si se puede tener guardia a los 15 años). 
 
    Ya desde los trece, algunos antes y otros después, las formas femeninas nos empiezan a inquietar, iniciamos a sentir algo que no sabemos exactamente de dónde proviene pero que nos empuja a buscar la visualización, la compañía -bastante aniñada por nuestra parte- del sexo opuesto. Ellas, a la misma edad, nos rebasan en intereses, nos aventajan en el paso a la pubertad, de calle, como la naturaleza lo dicta. Vistos atrás, en ese tiempo, somos los niños aún tan niños, torpes en los acercamientos, afirmándonos masculinamente -hay quién escoge otras opciones, como todo- pero con una ignorancia soterrada en esa primigenia imagen del hombre que algún día seremos, que ahora nos mueve a risa pero que en su momento era algo que había que tomar muy en serio. Esa mañana -a los trece años- en que pensamos que nos habíamos orinado ¡a nuestra edad! y donde descubrimos que el sueño que tuvimos fue el disparador de esa humedad gratificante y extraña que no se parecía a la orina y que originalmente creímos; corríamos al baño a averiguar qué había pasado, qué enfermedad habíamos pescado ¿Y qué hacemos ahora? ¿Qué hacemos para que nadie se entere? No hubo aviso. 
 
    Luego vamos averiguando, consultando y encontramos que hay una parte que crece y que decrece -apéndice más notoria entre los niños-, a veces sin una causa aparente pero con una dosis frecuente siempre de placer y que es normal. La naturaleza y el instinto. Con el paso de los meses y gracias a la experiencia, tenemos ya dominado el tema, aprendemos a manejar la situación, inclusive a provocarla, aunque el sobresalto del sueño húmedo siempre te toma por sorpresa y si se alcanza a despertar antes y llegar al baño es un alivio, nada qué lavar subrepticiamente -a escondidas- ¡uf!. Una plaza llena de vegetación, formando un cuadrado alrededor de las cuatro calles que la bordean; bardas chaparras de roca y ladrillo, maceteros integrados al conjunto; pisos de adoquín; desniveles con escalones y corredores amplios; algunos flamboyanes con sus flores vivas anaranjadas y sus pequeñas vainas semilleras; otros árboles con hojas enormes y otros con unas pequeñitas; una palmera espigada y alta aquí y otra allá; un verde grato a la vista, áreas sombreadas que inducen frescores. Al centro de la plaza se encuentra una unidad médica de socorro, paredes en blanco rodeando el circuito en donde contrasta la cruz bermeja. 
 
    Aquí en este lugar regularmente tranquilo, con mis quince (que parecían once) y con los trece de ella (que parecían dieciocho) nos reunimos una tarde que muy pronto se convirtió en noche pero ¿A quién le importaba? Las luces de las luminarias, repartidas en toda el área eran insuficientes para destacar claramente todo lo inmóvil, y lo que no lo era pero que lo asemejaba. Sitio justo para una plática bajita, casi susurrada, de esas de enamorados. Ocasionalmente se podía observar un movimiento suave, una silueta o el caminar de dos paseantes. Todo a punto para el sosiego aunque el corazón latiera más allá de lo acostumbrado y sin mover el cuerpo un ápice, combinación hormonal con la mente y el entorno a modo. Entrelazados en un abrazo un tanto nervioso, desacostumbrado a tener a alguien tan cerca, junto, pegado y que además, te gusta. 
 
    Qué decir del estómago ¿Estaría ahí en su lugar, no se había movido? sí, cambiaba de posición, pero no preocupaba tanto como los dientes o mejor dicho, la mandíbula ansiosa, eso de castañear en un ambiente tan cálido distraía la intención. ¿Cómo es esto, qué se hace con la lengua? ¿y la saliva? ¿y si la muerdo? ¿es de lado, a su izquierda o a la mía? ¿cuánto dura? ¿respiro o me contengo? ¿cierro los ojos o no? ¿qué se hace con la nariz? en los filmes parece tan fácil, pero ya aquí, en directo, de verdad, es diferente, al ver las películas uno está tranquilo y desapegado. Además cuando ella tiene la ventaja y ya no es una actividad totalmente nueva en su experiencia, como que la presión de no “regar el tepache” se incrementa. Uno pensaría que la cosa va precisamente como en los filmes, en donde los enamorados principiantes lo hacen naturalmente como si lo supieran, nada más alejado de la realidad. 
 
    Es como todo lo que aprendemos, primero lo hacemos torpemente, cuando dimos los primeros pasos o nos subimos a una bicicleta, seguro nos caímos muchas veces. Así, con el ánimo de aprender y de aprender bien, accioné. Aliento con aliento sólo faltaba cerrar la delgada brecha, y ahí vamos. Aunque ese primer intento casi termina en un despotillado de dientes, un choque serio entre dos marfiles de diferente dueño, tomé nuevos bríos y atendí los concejos pacientes de la maestra que tenía enfrente, y ya esta segunda vez estuvo mucho mejor. Mi primer beso real, me transportó a no sé qué lugar y se fijó en mi memoria. En perspectiva, fue más fácil que caminar o andar en bicicleta, aunque seguí la práctica (y sigo) para ir mejorando. Después vinieron otros descubrimientos, otros despertares, pero la fuerza de éste, ha permanecido en un rincón al lado de una cruz simétrica y colorada... ¿Alguien tirará la primera piedra? 
 
fonbòs

Sobre la Felicidad/ensayo

En la Declaración de Independencia del 4 de Julio de 1776 de las entonces trece colonias iniciales de los actuales Estados Unidos, se mencionan ciertos derechos inalienables del Creador para todos sus creados, y dice: “que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

También dice: “...todos los hombres son creados iguales”, pero lo que no explica es quiénes eran o cómo definieron eso de “todos los hombres” porque si no ¿qué eran los esclavos que tenían muchos de los firmantes de esta acta separatista y que continuaron bajo este régimen mucho tiempo después de conseguida la independencia de la Gran Bretaña? de acuerdo a estos juicios y siguiendo esta lógica, no eran hombres.

La esclavitud siguió estando activa en buena parte de los EEUU y no es sino hasta 1865, terminada la guerra civil y con la carta de Emancipación hecha universal y permanente que fue abolida en todo ese país. En el papel, los esclavos ahora eran también hombres, esto es, por decreto. Volvían a ser lo que originalmente fueron (como especie) cuando nacieron en África, un acontecimiento feliz ¿de verdad trajo esto la felicidad o fue el inicio de su búsqueda? y los que ya se definían como hombres pero llegaron como colonos -que suena mejor que invasores- ¿eran ya felices? ¿lo fueron al independizarse de los británicos o cuando fueron eliminando sistemáticamente a los pueblos indígenas que se encontraron y les afeaban el panorama? Éstos pueblos indígenas y de acuerdo a los avenidos, tampoco eran hombres ¿o sí?

Dejando aparte la vida, que esa sí está de más decir que es un derecho divino y no de los hombres (los que creen que lo son y los que no) y el concepto de la libertad, tan machacado y paseado de acuerdo a conveniencias de los momentos, en este contenido nos resta el de la felicidad o como lo menciona la declaración, su búsqueda, pero ¿qué es precisamente lo que define este concepto? ¿es que nos vaya bien? ¿es que no suframos? ¿es tener todo lo que deseamos? ¿es que alguien o muchos nos quieran? ¿es contar siempre con todos los medios económicos suficientes y más que eso? y si tenemos qué buscarla ¿está entonces afuera? ¿dónde está o qué es esto de la felicidad que en primera instancia nos suena cursi y meloso?

Jorge Bucay en su libro “El camino de la felicidad” dice: “...lo importante no es definir la felicidad de todos, ni qué debe significar para los demás. Lo importante, lo imprescindible -me siento tentado de decir lo urgente-, es decidir qué significa la felicidad para cada uno.”

Más adelante agrega: “...sobre el significado de la felicidad no se puede legislar.” Cada uno de nosotros le dará el significado que más se acerque a lo que piensa acerca de lo que es la felicidad, innegable derecho, aunque es bueno contar con alguna información que nos amplíe lo que pensamos de ello y quizá hacernos entender que la felicidad no necesariamente quiera decir que las situaciones dolorosas estén ausentes o que aquél que sufre, obligadamente caiga en la categoría de infeliz, en este sentido el curso de la vida es neutra, la naturaleza no se rige por lo que está bien o lo que está mal, ésta actúa de acuerdo con una directriz mayor y de mucha más envergadura que el razonamiento humano.

La naturaleza, junto con todas las formas de vida y no vida, incluyéndonos a los humanos (a veces engreídos), formamos parte de la creación, como así la muerte, los finales y los principios, los nacimientos y lo que desaparece para luego volver a aparecer de una nueva forma.

“La verdad es que la búsqueda de la felicidad es inherente a nosotros, lo sepamos o no y sea cual fuere la forma en que la denominamos. Llamémosla el deseo de pasarla bien, el camino del éxito o la necesidad de autorrealización, ésta búsqueda forma parte irrenunciable de nuestra vida”, nos dice Bucay, y continúa: “Y con la idea que cada uno tenga respecto de ella, iniciará este camino cuando lo desee o cuando llegue a él, o cuando no le quede más remedio”. Hablando con un amigo alguna vez, le pregunté qué era para él la felicidad, me respondió: “una noche de carne asada con mis amigos, cervezas y sí hay mujeres, mejor”, es quizá un concepto muy básico y rudimentario pero es “su concepto”, tiene más qué ver con un estado hedonista, un momento de placer y no necesariamente con la felicidad vista como una continuación más amplia y de mayor alcance en el tiempo de vida de cada persona, aunque la labor es de cada uno.

Es fácil confundir los lapsos de placer o momentos de alegría con la felicidad, como alude Bucay, el estar feliz es diferente al ser feliz y comenta sobre el primero: “se relaciona con la suma de momentos de plenitud, implica un concepto de lucha: tratar de estar alegre cada vez más tiempo, conseguir cada día más buenos momentos, trabajar para buscar ese estado de goce, intentar estar contento con más y más frecuencia...Si se consigue encadenar estos momentos, sostienen algunos, se podría hasta tener la “falsa idea” de que se ES feliz, por lo menos hasta que un duro revés nos despierte a la realidad”.

Respecto al ser feliz nos dice:”Aceptar que existe el concepto de ser feliz tiene punto de partida en una posición absolutamente distinta. La felicidad se constituye aquí en un estado más o menos permanente y más o menos divorciado de los avatares del “mundo fáctico” (mundo real), aunque no esté bien definido por dónde y con qué se accede a ese estado”.

Un hecho concreto es que los satisfactores y comodidades que cada quien posea en su vida no son un factor preponderante en la obtención de felicidad; nos dan cierta seguridad, ciertas facilidades, libertades de movimiento, acceso a diversiones y quizá también, mayor acceso a lo que la mayoría no, pero si esto fuera la felicidad como un estado de “ser” ¿cómo se explica que algunos de los países con los mayores índices de “felicidad” también lo son en la tasa de suicidios? de acuerdo a Gallup y la encuesta que realizaron en 132 países acerca de la “felicidad”, se obtuvo: “las personas consideran otras variables, además de la monetaria, a la hora de definir su grado de felicidad.

Otros factores, como ser respetados y estar conectados con los demás tienen más importancia que en otras épocas. Sin embargo, la lista de los países más ricos de la tierra que se desprendió del mismo estudio está encabezada por diez estados sin problemas económicos. Sólo uno es latinoamericano: Dinamarca, Finlandia, Noruega, Holanda, Costa Rica, Canadá, Suiza, Nueva Zelanda, Suecia y Austria dicen ser los más felices. Le siguen Australia, Estados Unidos, Bélgica, Brasil y Panamá”.

Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Warwick, el Hamilton College y la Universidad de San Francisco reveló lo siguiente: “países europeos como Dinamarca, Islandia, Irlanda y Suiza, u otros situados en el continente americano, como Canadá y Estados Unidos, todos ellos considerados entre los más felices del mundo, son también los países donde más suicidios se producen. Según los autores de la investigación, el nivel de felicidad de los demás sería un factor de riesgo de suicidio porque las personas descontentas que viven en lugares donde el resto de individuos son felices tienden a juzgar su propio bienestar en comparación con el de las personas que les rodean”.

De esto se desprende claramente que en realidad lo que se mide no es la felicidad sino el grado de prosperidad, la situación de desarrollo económico, como da a entender este último estudio: el bienestar general. La asociación que hacemos comúnmente del grado de felicidad, si es que la felicidad puede medirse, con el nivel de bienestar es extendida y socialmente la admitimos como cierta, pero...al parecer no es así.

Denis Pragger define, bajo esta línea y manera occidental de ver la felicidad, una fórmula matemática basándose en dos elementos -expuestos abajo- cuya confrontación provoca lo opuesto, la desdicha. La fórmula entonces nos dice que la felicidad(F) es inversamente proporcional a la desdicha(D), en este caso: F=1/D, mientras el valor de la desdicha sea menor la felicidad será mayor y viceversa.

Para obtener la desdicha(D) se consideran: nuestras expectativas(E) o lo que esperamos que suceda, restándole los resultados(R) o lo que efectivamente pasa en la realidad, o sea: D=E-R, esto nos dice que entre mayor sea el número que se obtenga de la resta entre las expectativas y los resultados, la desdicha a su vez, será más grande; y aplicada a la fórmula de la felicidad F=1/D, la felicidad será menor.

Claro que vivir de esta forma ejerce una presión enorme para nuestras vidas, como sucede, lo que pasa en la realidad generalmente difiere de lo que esperábamos o simplemente, escapa de nuestro control, las expectativas no son otra cosa que nuestros deseos, y los deseos de los hombres son diversos, interminables e infinitos.

Cada vez que mejoro mi realidad, proporcionalmente subo mi expectativa; siempre buscaremos una mejor casa, un mejor automóvil, un mejor trabajo, un mejor ingreso, un mayor reconocimiento; de esta forma nos mantenemos en un ciclo constante de ajuste de nuestra desdicha, si a ello le agregamos las pérdidas, los duelos que indefectiblemente tendremos en el camino, la felicidad se fijará en nosotros como algo inalcanzable y utópico o como simples pasajes de goce para caer nuevamente en la profundidad del sufrimiento y el dolor ¿entonces? es necesario revalorizar nuestro concepto de la felicidad para intentar extraer de él un mejor significado y orientación.

Dentro del contexto social que nos envuelve y del que somos parte, evitamos en lo posible que nuestros hijos (y nosotros mismos) tengan momentos de frustración o de tristeza, Bucay comenta: “El dolor o la tristeza, la frustración o la postergación de lo deseado dejan de verse como naturales y humanos, se les considera una anomalía, una señal de que algo ha sido mal hecho, como un fracaso de algún sistema, una violación de nuestro derecho a la felicidad y hasta una confabulación en nuestra contra.”

Esta forma de proceder y de pensar hace que desarrollemos la clásica bipolaridad de víctima y verdugo, y por supuesto, la búsqueda de culpables que pueden ser desde mi vecino, mi tío, mis padres, el gobierno, la empresa, la sociedad e inclusive y para englobar todo en uno, la vida misma. Coloca, de nuevo, a la felicidad como algo externo, algo de lo que tengo derecho pero que me impiden obtener, dejando a un lado la responsabilidad individual necesaria para “ser” feliz.

Bucay, enumera cierta clases de víctimas, que a pesar de ser ellos mismos los creadores de su situación, culpan a otros de las consecuencias de sus acciones:

“-Los empleados que han sido despedidos por su proceder irresponsable y luego culpan de su desempleo a la persona que los despidió.
-Los estudiantes que reprueban sus exámenes y luego culpan a los profesores de sus malas calificaciones.
-las mujeres que se enamoran repetidamente de varones despreciables, ignoran a los hombres buenos que se sienten atraídos por ellas, y luego culpan a todos los hombres de sus problemas.
-Los pueblos que se desentienden de las responsabilidades que les atañen a la hora de elegir a sus gobernantes y se quejan de ser oprimidos por una clase dirigente corrupta.
-Los especuladores que son timados cuando trataban de aprovecharse de la supuesta ingenuidad del que luego los estafó."

Y agrega: “El riesgo obvio de asignar culpas y mantener una postura de víctima es, precisamente, eternizar nuestro sufrimiento, enquistado, anidado y latiendo en el odio; perpetuar el dolor potenciado por nuestro más obscuro aspecto: el resentimiento.”

Esto nos deja en el inicio y no resuelve ni afronta lo que es necesario hacer para sacudirnos el lastre ideario de lo que concebimos como felicidad, perpetuado por la difusión de los dramas de las telenovelas en los horarios premiun.

Vincular la felicidad con el éxito es también una idea muy difundida, hacerlo con el placer, escapar de todo sufrimiento y contar con el amor como solucionador único, encaja en la combinación idealizada de lo que es la felicidad, pero es sólo eso, un ideal que eleva nuestras expectativas y que cuando lo enfrentamos con nuestra vida y lo que sucede, nos deja confundidos y nos hace aparecer como infelices, es nuestra perspectiva lo que nos mantiene anclados a este concepto.

La felicidad real, que es interna y generada por cada uno de nosotros, tiene que ver con la aceptación franca de lo que la vida es y lo que hacemos o dejamos de hacer en ella, tiene que ver con la aceptación de uno mismo, como somos, evitando comparaciones que sólo nos causan desequilibrio.

Los problemas no se excluyen, ni el dolor, ni los pesares, ni las frustraciones, todos ellos, nos llevan a hacernos más completos, a un aprendizaje necesario. Para conseguir este estado del “ser”, requerimos de dar un sentido y propósito a nuestra vida, esto es quizá lo más trascendente, concuerdo con Bucay cuando dice: “La felicidad es, para mí, la satisfacción de saberse en el camino correcto. La felicidad es la tranquilidad interna de quien sabe hacia dónde dirige su vida. La felicidad es la certeza de no estar perdido.” Nos invita a respondernos: ¿para qué vivo? no por qué, no cómo, no con quién, no de qué sino para qué. ¿Qué sentido tiene mi vida?

Cuando hayamos este sentido, nuestra serenidad de saberlo nos mantiene en el rumbo que para nosotros es correcto, es nuestro propósito, independientemente que en el trayecto, tropecemos con acontecimientos tristes, alegres o desafortunados, no importa, la vida no es justa o injusta, ella no sabe de eso, la vida ES y nosotros nos acercamos a ese estado del Zen de confabularnos con ella, de integrarnos a lo que escapa de nuestro control pero que en mucho podemos incidir con nuestras acciones emanadas de la congruencia de nuestro sentido. Es posible que algunos, como arquetipos generales, busquemos el placer como sentido, otros el poder y otros más la trascendencia.

Para los que buscan el placer, menciona Bucay, un razonamiento válido podría ser: “Lo que da sentido a mi vida es el goce de vivirla, son aquellas cosas que me dan placer, cosas que encuentro, cosas que produzco. Y cada vez que estoy haciendo algo que conduce hacia situaciones que disfruto o disfrutaré, me siento feliz, aunque no esté disfrutando en ese momento, porque me basta con saber que estoy en camino.”

La felicidad se relaciona con la fidelidad de cada uno en la vida, vista como la congruencia de las acciones hacia lo que da sentido a cada quién, y en ello, hay esfuerzo y trabajo, sin duda; mientras exista sinceridad y honestidad con nuestro yo interno, al que jamás podremos mentirle, el estado del ser feliz será alcanzable y sostenible.

La conclusión podría ser que no existe una fórmula universal como tal para acceder a la felicidad, sino que más bien se refiere al desarrollo de un estado interno que es necesario ir construyendo, alimentando y alineando durante la jornada, en el curso de nuestra propia ruta y con la dirección de lo que nos hace sentido, lo que nos hace ser lo que cada uno somos, sin disfraces, al natural. No parece sencillo ¿alguien mencionó que lo era?

Me quedo con esta cita recogida, a su vez, de los escritos de Bucay:
“Un día, Andrés Segovia salía de un concierto y alguien le dijo:
-Maestro, daría mi vida por tocar como usted.
-Andrés Segovia dijo: Ése es el precio que pagué. ” 

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