Cuento corto para mexicanos (1)
Se incluye el verbo, adjetivo, sustantivo y adverbio nacional por excelencia.
Falsos puritanos, patrioteros, monárquicos, fascistas y menores (de edad): dense la vuelta.
Cientos de años atrás, hubo una vez un país bien chingón, (altas montañas, lagos inmensos, ríos caudalosos, vastos desiertos, selvas tropicales, bosques, minerales, de todo, hasta petróleo) los nativos se chingaban entre ellos y practicaban muchas chingaderas para lograrlo (costumbre que se sigue hasta ahora en todos los estratos sociales: chinga a tu prójimo si le va bien); construían pirámides bien chingonas y tenían rituales y dioses para cada chingadera de la vida, según su concepción del mundo, que por cierto, era muy similar entre todos ellos, Quetzalcoátl por aquí y Kukulkán por allá.
Un día, uno de esos pueblos, se chingó a casi todos los demás (nunca pudieron con los purépechas y sus secretos del cobre), y por medio de la guerra y alianzas con sus vecinos del valle, construyó un imperio que recorría toda la tierra conocida entre uno y otro mar. El Ueytlajtoani (emperador) chingón, o sea, el mero mero, y todo su pueblo (los mexicas y sus socios del valle del Anáhuac), cobraban impuestos a todos los pueblos que se chingaban, año con año. Esto acrecentó el odio entre las gentes conquistadas y a regañadientes, pagaban las tarifas. Algunos tenían ciertas libertades, como expresar sus costumbres y su propia manera de gobernarse, pero sólo saberse vasallos del Tlajtoani (monarca) chingón mexica les corroía el alma, y sólo esperaban el momento de mandarlo a la chingada, aunque no sabían cuándo ni cómo.
¡Ah chingá! ¿y eso, que chingaos será? Unas chingaderas enormes como cáscaras de cacauatl (cacao) que flotaban en el mar, con unos palos altotes y unas telas desplegadas, y encima, unos que parecen hombres pero con chingo de pelo, hasta en la cara.
Dijeron:
-Ya nos cayó el chahuixtle -un tipo de hongo que ataca a las plantas- (o lo que viene siendo lo mismo: ya nos llevó la chingada), los naturales de estas tierras no tenían ni idea la que les esperaba.
Los primeros encuentros con esos hombres peludos, fueron tranquilos, así como de buenos cuates, amiguis de toda la vida, ahí te van unos jades, ahí vienen unos espejitos. Había unos que tenían cuatro patas y eran descomunales, monstruos, luego supimos que no, y les decían caballos, los hombres peludos se subían en ellos, por cierto, estos hombres extraños, olían bastante mal, algo así como a cadáver de varios días, nos teníamos que tapar la boca y la nariz si querías mantenerte erguido.
Tuvimos algunas pequeñas trifulcas con ellos, finalmente y gracias a que nos chingaron y se llevaron al Mictlán a varios de nosotros, con ese endemoniado olor a azufre de sus armas que mataban a distancia, sus corazas que nuestra obsidiana y piedra afilada apenas arañaban, sus palos largos de un metal duro que cogían con una mano, cercenaban cabezas, brazos, piernas, con una facilidad trozaban cráneos y todo hueso, sus monstruos de cuatro patas ya estaban allí y luego estaban allá, eran terribles nahuales; nunca habíamos visto algo así, no buscaban rendir al enemigo sino matarlo ahí mismo; así que mejor, viendo esta furia desconocida y letal, buscamos ser amiguis de nuevo y llevarla por la suave.
Estos amigos extranjeros eran muy raros, traían una cruz con un tipo clavado en ella quesque de un redentor que era su dios, lo malo es que no respetaban nuestras creencias, nos tildaban de salvajes, ellos, que lo eran a simple vista. Les gustaba mucho, pero mucho, la plata y el oro, sus ojillos vidriosos parecían salírseles de sus órbitas cuando veían objetos que les parecía, estaban hechos de eso.
Nos preguntábamos que tan bien sabrían estos tipos en un buen zacahuil a la manera teének, aunque con la suciedad y olor nauseabundo de sus cuerpos vivos, nos abstendríamos de probarlos muertos y troceados, así y fueran cocidos y recocidos, daban asco.
Estos hombres barbados con aliento de perro del Mictlán, decían tener un tlajtoani o algo así a quien obedecían, un tal Carlos uno, aunque estaba la madre de éste, una tal Juana a quien llamaban “la loca”, total que se traían un buen relajo porque el tal Carlos uno también era Carlos cinco (nunca supimos por qué se brincaban al dos, tres y cuatro), ambos vivían cruzando la ancha lengua de agua que llamaban mar Atlántico, nombrada así por otros tipos que se los cargó la chingada hacía mucho tiempo al hundirse la tierra en donde vivían.
Total que eran leales a una corona, según decían, la de Caxtilan, la realidad es que eran más leales al oro y a la plata, como pudimos observar.
Dudábamos que estos hombres realmente hubieran sido paridos por hembra, los indicios de que tuvieran madre eran inciertos, mira que chingarse a un calpixqui del gran Ueytlajtoani mexica esto era tener los ahuacatin bien puestos, por decirlo en náhuatl, ellos lo entendían como cojones.
En vista de que estos tipos de Jispania o Caxtilan, de madre ausente, eran bastante sanguinarios (y mira que nosotros nos mordíamos la lengua), llegamos a tenerles cierto respeto. Como estábamos cansados de las humillaciones de los mexicas, decidimos aliarnos con estos extranjeros, era la nuestra; nos dimos cuenta, mucho más tarde, que esta errónea decisión nos llevó de un amo a otro, pero a peor todavía: nuestra cultura, nuestros ancestros, el orden natural de nuestra vida, nuestra concepción del mundo fueron destrozados, o sea, nos chingaron recontrabien.
Finalmente, con bajadas y subidas, y con mucho, a la habilidad político-embustera de los caxtiltekaj (españoles) aprovechándose del odio ancestral hacia los mexicas de todos los pueblos sojuzgados por ellos (incluyendo a los más destacados, los tlaxcaltecas), le dieron una recia a los mexicas, se chingó el imperio de Huitzilopochtli, el más grande de Mesoamérica en ese tiempo, así, por las malas y a rajatabla, e inició el que ahora conocemos, muy pocos dominando sobre millones, nada nuevo al fin
Y es que el centralismo para gobernar nos vino de ambos lados, el que ya teníamos aquí y el que se trajo la barbarie peninsular, en eso no cambiamos mucho, la ilustración fue desdeñada y nos cargó, de nuevo, la meritita chingada, esa, la tan bien descrita por Paz, y que conocemos desde la entraña por este lado.
Una vez que los españoles se asentaron, a la vez, inició la rebatiña, los galeones eran los portadores de la riqueza hacia la península que de aquí extraían, con el quinto real afirmaron a su tlajtoani en su tierra y se financiaron las guerras para derrotar a todos los infieles del mundo (nunca pudieron con todos, se traían un aquelarre con los protestantes europeos, con los judíos, con los musulmanes); mientras ellos, los conquistadores acá en este mundo, se hicieron de la encomienda y de todas las almas que hubiera en medio.
En este lado las cosas cambiaron bastante y la colonia se instituyó en un virreinato. Los hispanos se apropiaron de todo, hasta de las consciencias. Los años pasaron y muchos de los nuestros murieron. Los españoles y sus críos, se multiplicaban asiduamente, sin freno, con las nativas, principalmente, no siempre en términos amistosos o cordiales (he ahí la chingada, la ultrajada), pronto hubo cientos de infantes con un dilema fundamental, no eran españoles, tampoco eran indígenas (de los pocos que quedaban), ¿qué eran entonces? eso, mestizos, que para efectos prácticos eran la nada, los hijos de la chingada, como se les conoció en las crónicas del siglo XVI.
Este bonito pueblo, que como siempre, se lo nombró, desde Tijuana a Chetumal, de forma infaliblemente central, primero Nueva España y luego Imperio mejicano, posteriormente Estados Unidos Mexicanos, partido por la mitad en el siglo XIX, básicamente por intentar seguir gobernándose con la vetusta idea centralista, con un poco de ayuda por la descomunal avalancha protestante y avariciosa de la propiedad privada norteamericana (gringa, pues), vive ahora en la ilusión de la independencia y celebra algo que se da por llamar “el grito de independencia”, el inicio de ella, que conste, porque su finalización, por alguna extraña razón, se deja de lado. ¿te suena la fecha del 27 de septiembre de 1821? a nadie en este país, es la fecha de la entrada a la ciudad de México del llamado ejército trigarante, es el acto de consumación de la Independencia, del triunfo de la misma, de la separación oficial, al menos por los todavía novohispanos. Los españoles peninsulares se tardaron varios años en reconocerla oficialmente, por ahí de 1836, a la muerte de su tlajtoani borbón Fernando VII.
En el grito actualmente se dice, tratando de emular al dicho el 16 de septiembre de 1810: Viva México, pero en ese año aún no existía un país con ese nombre (oficialmente nunca ha existido), es más, lo que se pretendía no era separarse de España sino apoyar a los criollos para que tuvieran mayor injerencia en los destinos de la Nueva España dominada aún por los españoles; un criollo, hijo de español y española, nacido fuera de la península ibérica, no se le consideraba español.
Así que si quieres gritar lo que gritó Miguel Hidalgo, dirías algo así:
“¡Viva la religión católica! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la Patria y viva y reine por siempre en este Continente Americano nuestra sagrada patrona, la Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Muera el mal gobierno!”
Pero tú no eres monárquico, quizá seas católico, por la tanto, guadalupano, quizá creas en eso de la patria, a lo mejor te sientes americano porque vives en América (antes conocida por Ixachitlan, nunca estuvo deshabitada y mucho menos encubierta como para que alguien viniera de afuera y la “descubriera”) como se le llama a este continente, pero no te confundas, mientras sigas creyendo todo lo que te dicen ¿dónde está tu verdadera independencia? ¿dónde está tu criterio propio?
Lo que resultó, y sigue resultando, del choque original de dos culturas disímbolas, aún no termina, el mestizaje que se ha generado no ha sido real, más bien es el producto entre los enlaces de un humano y otro, y de la idea de razas. Es una concepción nacida de las diferencias visibles entre los humanos, de diferencias biológicas mínimas pero que hacemos grandes por nuestro sentido de pertenencia a algo, precisamente a cierta talla, color de pelo, de ojos, forma de la nariz y otras diferencias físicas menores. El concepto de humano puro, no existe, es sólo una idea, una idea sin fundamento científico.
Todos en este mundo somos mestizos, y provenimos de un tronco común, unos nos hemos combinado más que otros, el mundo es mestizo, cultural y biológicamente ¿y qué con eso? en la variedad está la riqueza y las diferencias morfológicas o tipos humanos se enriquecerán, al final, seguiremos siendo eso, humanos imperfectos evolucionando.
Me he desviado un poco, volviendo al tema, otro grito común en la revuelta que inició en 1810 era:
¡Viva la virgen de Guadalupe, mueran los gachupines!
¿Sabes quiénes eran los gachupines? (siguen siendo en la jerga popular actual), eran precisamente, los españoles, pero no los criollos, aunque fueran hijos de éstos, como dije antes, eran los españoles nacidos en España y que se dejaron venir a Ixachitlan.
El movimiento independentista inicial, el de Hidalgo, nació en contra de los gachupines (españoles de la Nueva España), promovido por los criollos, no en contra de la monarquía Española. En ese entonces, España tenía sus problemas, estaba invadida desde 1808 por los ejércitos franceses de Napoleón y en su gobierno, “el petit cabrón” (una de las cariñosas maneras de llamarlo por los mismos españoles), había puesto a su hermano, José Bonaparte; el nuevo rey de España, para joderle la vida a los hispanos, francés pa’acabarla. Los criollos y los gachupines de la Nueva España estaban a favor del recién abdicado rey Fernando VII, en el exilio.
Gachupín es una palabra bien mexicana, según la etimología de algunos autores, los naturales de estas tierras así los llamaron aludiendo a las espuelas que utilizaban para montar sus caballos: “el término deriva de cactli, zapato, y tzopini, cosa que espina o punza; resultando, por elisión del final -tli, la palabra compuesta catzopini: hombres con espuela y que luego derivó en gachupín”. En un principio, no tenía una connotación ofensiva, sólo era para darles un nombre local a los extranjeros, luego, se fue convirtiendo en una expresión peyorativa y nada agradable para los gachupos.
Por esos años, todas las colonias españolas en la América, estaban inestables y en muchas de ellas, hubo movimientos de independencia contra la monarquía española directamente, eso mismo pasaba en la propia España en contra de Fernando VII en donde en el mismo periodo era invadida por Francia, un buen caos aprovechado por las colonias españolas en América.
En la Nueva España, las cosas fueron cambiando durante la revuelta independentista, los insurgentes continuaron en la lucha por los 11 años siguientes, pero no de manera continua y nunca de manera rotunda. Algunos de los gachupines, fueron cambiando de idea y de acuerdo a sus intereses, vieron que independizarse de España no era tan mala idea, y empezaron a idear el plan para hacerlo y quedar bien parados en la nueva nación.
Ya desde 1815, a la muerte de Morelos, el movimiento insurgente estaba en muy malas condiciones, prácticamente nulificado, se conformaba en escasos combates que no hacían gran mella al gobierno virreinal. El gobierno de la Nueva España tenía la sartén por el mango, casi al completo. Hasta que algunos poderosos y dueños de la riqueza y medios conservadores gachupines decidieron subirse al carrito de la independencia, entra en acción Agustín de Iturbide, hijo de español peninsular y de madre criolla (española nacida en la Nueva España). Agustín se opuso a la rebelión desde su inicio en 1810 y como militar realista luchó implacablemente contra los insurgentes (se echó a varios en el paredón, cierto, se chingó a algunos).
En 1820, varios de los señores poderosos (y el clero coludido) de la Nueva España vieron que las nuevas medidas tomadas en España en donde Fernando VII (sí, regresó), se vio comprometido por el pronunciamiento liberal de Rafael del Riego, a jurar la constitución rehabilitada de Cadiz de 1812, les imponía un grave peligro de perder sus privilegios en la Nueva España, y lo que ahora buscaban era mantener el absolutismo en la colonia ¿cómo hacerlo si el mismo rey en España ya no era absoluto y dependería de instituciones liberales para tomar decisiones? ¿qué hacemos? ¿qué hacemos? ya sé, nos independizamos de España y ponemos una monarquía en este territorio, le ofrecemos la corona a Fernando VII o a otro borbón de la línea, ¿así, así? claro, ¡a chingar a su madre España! ¿cómo le ponemos al nuevo país? ¿cómo? exacto: “el Imperio mejicano”, y lo lograron, con tropiezos y por un período muy corto, no fue un borbón el flamante emperador del incipiente país y duró sólo 10 meses, pero lo hicieron.
Existen versiones históricas que el mismo Fernando VII fue uno de los que impulsaron la independencia de la Nueva España para instaurar una monarquía aquí, con él a la cabeza o uno de sus descendientes en línea directa; tenía sentido, qué va de un relativamente pequeño reino en la península a uno enorme en las posesiones americanas y en donde estaban las riquezas ¿esas ricas tierras no habían mantenido por varios siglos al reino español? Hecho, nos la rifamos, pero el asunto no salió como se pensaba, los aires liberales andaban en el aire y además, los EEUU ya veían con malos ojos a las monarquías en América, en 1823, abiertamente lo establecen con su doctrina Monroe: “América para los americanos” elaborada por su presidente John Quincy Adams, lo que no se explicó con claridad es quiénes eran esos americanos, con el devenir se ha sabido a quiénes se refería la doctrina con América y americanos.
Regresando a fines de 1820, Agustín fue el real abanderado y consumador de la independencia de la Nueva España, vamos, la cabeza armada del plan conservador y absolutista gachupín, por increíble que parezca. Ahí está la conspiración de la Profesa, el plan real de los absolutistas para bloquear la constitución de Cadiz en la Nueva España e independizarse definitivamente de la península, funcionó. Fueron el poder y el dinero quienes determinaron que ahora sí iban por todas las canicas. Y esto fue hecho en un tiempo muy corto, ¡en unos meses!. En 1821, repentinamente, Agustín se convierte en independentista, lo decide después de 10 años de estar combatiendo a los insurgentes ¿cómo no me di cuenta antes?
Contactó a Vicente Guerrero, el único insurgente de cierto peligro para el virreinato y portador de la legitimidad independentista, antes su acérrimo enemigo, negoció con él y consiguió su adherencia, buscó negociar con otros insurgentes reconocidos como Nicolás Bravo, Ignacio López Rayón y el propio Guadalupe Victoria, éste último, venía de la sierra veracruzana en donde se había mantenido oculto y en franco retiro de la gesta desde 1819, decían que cuando bajó de los altos, estaba irreconocible, flaco, desgastado y sin muchas ilusiones. Guadalupe, finalmente se adhiere a Agustín y a Vicente, y junto a ellos o muy cerquita, se firma el famoso Plan de Iguala ¿Cuáles eran los principios fundamentales del plan de Iguala y qué garantizaba? 1.La independencia de la Nueva España y la formación de un gobierno monárquico moderado (por una constitución aunque de carácter absolutista); 2. La igualdad entre americanos y europeos (todos ciudadanos iguales); y 3. La supremacía de la Iglesia Católica en el nuevo estado y única religión posible con rechazo de todas las demás; y así, tutti contenti, ¿o no? No, Guadalupe Victoria, hombre cabal y republicano de cepa, nunca estuvo de acuerdo con una monarquía para el nuevo país, como él, otros tampoco.
El plan de Iguala, llamado también de las tres garantías, se proclamó el 24 de febrero de 1821; el 27 de septiembre de ese mismo año, es cuando se consuma la Independencia con la entrada y el desfile del Ejército Trigarante a la ciudad de México.
No mucho tiempo después, a 10 meses de la proclama de Agustín de Iturbide como emperador del Imperio mejicano y no un borbón como se buscaba, éste abdica y es exiliado del país, los tiempos republicanos arriban y el río se revuelve de nuevo, Antonio López de Santa Anna se rebela y poco después, aparece la primera república y el primer presidente de este nuevo país: Guadalupe Victoria, pero este es otro cuento.
Muy frecuentemente, la historia se acomoda a los intereses del poder, si no es que siempre. El rigor histórico que busca la objetividad es tergiversado y se pasan por alto los motivos verdaderos que dan lugar a los eventos trascendentales. Lo cierto es que una conspiración aristocrática y clerical, fue lo que contribuyó a la independencia de este país, un movimiento político de quienes ejercían el poder real en este país incitados por los cambios en el mundo de ese entonces y que de ninguna manera, querían que se reprodujera en la Nueva España.
Y así, la Nueva España se convirtió en la Monarquía mejicana, ni en ese momento ni después a este país se le ha llamado oficial y simplemente: México. En la misma acta de independencia del 24 de febrero de 1821, la trigarante, no aparece el nombre de México, aparece Imperio mejicano, Independencia mejicana, nación mejicana; los mismos criollos se llamaban así mismos mejicanos para tratar de deshacerse del apelativo “criollo”, que ya para entonces, era despectivo para ellos. El documento de independencia llamaba a esta región “América septentrional”, ahí se mencionaba a Méjico como la ciudad en donde residiría el monarca pero no al país.
Unos años después del fin del primer experimento monárquico, el 4 de octubre de 1824, se aprueba la primera constitución federal que añade el carácter soberano de nación por el gobierno republicano; en ella se adiciona el nombre oficial de este país por primera ocasión: “Estados Unidos Mexicanos”, reiterado luego en la constitución de 1857, jurada el 5 de febrero de ese año; posteriormente, coincidiendo en el día, en la del 5 de febrero de 1917, que con 552 reformas o enmiendas hasta el fin del mandato de Felipe Calderón, es la constitución vigente. Como un dato comparativo, la constitución de los EEUU, entró en vigor el 21 de junio de 1788 ¿Cuántas enmiendas ha tenido hasta nuestros días? 27 enmiendas aprobadas, la última en 1992.
El nombre del centro, del lugar, de la ciudad donde han emanado las decisiones nacionales y de quien ejerce el poder en esta nación: desde los Ueytlajtoani de los mexicas; todos los virreyes de la colonia (63 en trescientos años); los emperadores de ensueño conservador (dos: Agustín de Iturbide y Maximiliano de Habsburgo) y todos los presidentes, legítimos, ilegítimos e interinos (62 a la fecha), ha sido México-Tenochtitlan, el nombre de la ciudad de los mexicas, dominantes políticos de los pueblos y alianzas en todo el valle del Anáhuac; México: “el ombligo de la luna”, según su traducción del náhuatl, que ha pasado también a nombrar a este país, que oficialmente no se llama así, lo que es claro y contundente es que ningún mexicano diría, al preguntarle ¿de qué país eres? Ah, soy de los Estados Unidos Mexicanos.
Probablemente si oficialmente sólo nos llamáramos México, aludiríamos a un centralismo evidente, que en la práctica y como nación, así ha sido y es, de hecho. Eliminar lo de “Estados Unidos” de nuestro nombre oficial, sería negar el federalismo, y no queremos eso aunque, de nuevo, en la práctica, los estados federativos no lo son cabalmente, eso de estados libres y soberanos suena más a retórica y a compromiso democrático con lo de afuera que con los intereses de un pueblo que sólo ve, desde abajo, como el poder se perpetúa y se pasa de manos entre la misma familia
Lo cierto es que ponernos de acuerdo ha sido nuestra gran debilidad como país, y lo peor, viviendo agachados y en la ignorancia, es lo mejor que a un gobierno central le puede pasar. Celebrémoslo.
¡Viva México, cabrones!
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