By fonbòs
Ayer, mi mecánico de cabecera terminaba de dar su debido y profesional mantenimiento a mi vehículo oficial, el héroe de mil y una batallas en las calles y carreteras , tomando en cuenta a los cientos de conductores de este país, que es decir mucho dadas las desgraciadas circunstancias físicas de esas calles y carreteras e igualmente de las mentes, a veces totalmente inoperantes aunque siempre frenéticas y neuróticas, de los que conducen un automotor (el contrato social abruma siempre, y como se nos enseña desde pequeños que somos los seres más inteligentes del planeta, nos la creemos y damos por hecho que nuestra herencia biológica e instintiva es completamente dominada por nuestro sagaz y gran cerebro; no sé si reírme o ya de plano, carcajearme).
Tenía que cambiar un billete para saldar el pago total del servicio a domicilio del mecánico de cabecera del Corolla, por lo que le pedí a éste mismo, en este caso a Josué, que condujera el automóvil y a su vez, tratara de observar un ruido que escucho con frecuencia al frenar lentamente el vehículo, cosa que no sucedió durante el camino, ley de Murphy, claro. Nos dirigimos a una tienda de conveniencia que está inmediatamente al salir de la colonia en donde vivo, le pedí que se estacionara frente a ella, en los cajones de la tienda, mientras yo bajaba y compraba algo con el billete y así, poder cambiarlo y pagarle su total.
Eran alrededor de las 8:30pm cuando yo ya estaba en el mostrador de la tienda, frente a la caja registradora, cuando de pronto mi buen amigo Josué entra al local, se detiene en la puerta a unos escasos metros de donde yo estaba, veo su cara de “algo pasó y no es muy bueno” y sin más, me suelta: “¡te chocaron tu carro!”, todos los que ahí nos encontrábamos, que no éramos pocos, en un lapso infinitesimal, concentramos la atención en sus palabras, el tiempo se detuvo, así como en las películas, me quedé un momento cavilando en lo que escuchaba y finalmente respondí: “ahí voy” haciéndole una seña para confirmar lo dicho y de manera tácita, que mientras me apoyara en el evento. Y es que aunque había llegado a la caja aún no había realizado la transacción, tenía en la mano el billete para pagar y cambiarlo, es en ese preciso momento en que Josué entró a avisarme del siniestro. Volteo hacia la señorita de la caja, sereno pero con síntoma de apuración, y le solicito el producto, pago, me entrega el cambio y salgo de inmediato a ver qué había sucedido.
La escena era por demás aparatosa y bastante extraña. Un automóvil, en perfecto ángulo de 90 grados respecto al mío, de culo contra el costado derecho de mi auto, pegadito a todo lo largo. Dije: ¡¿pero qué pasó aquí?! “Me eché para atrás y simplemente no lo vi, fue mi culpa” respondió un hombre que ahí estaba, de estatura un poco más baja que la mía, barbado, pelo corto y un tanto revuelto en su cabeza con la incipiente alopecia próxima y unos ojos pequeños y vivaces tras unos lentes. Traía su gafete colgado al frente, por lo que deduje que venía de su trabajo, listo para llegar a casa y como nosotros, se había detenido en el súper 7. En un principio noté su acento diferente, me pareció argentino en ese momento pero ya cuando lo escuché mejor, supe que era español.
Miguel, el hombre que se echó en reversa y no vio mi Corolla estacionado con Josué dentro esperándome, ya había hablado a su ajustador del seguro, en ese instante me di cuenta de que yo había salido de casa sin mi cartera y sin mi móvil, si nomás iba a la esquina. Josué me dio las llaves de su auto, que había dejado en mi casa mientras íbamos a cambiar el billete, caminé las tres cuadras a mi casa, tomé la cartera, mi móvil y el carro de Josué, regresé a la escena del crimen. Ya había llegado Daniel, el ajustador de la aseguradora de Miguel. Pagué a Josué lo pendiente y le di las gracias por el apoyo, yo sabía que tenía que irse, él aún tenía un trabajo por hacer y ya eran las 9:00pm.
Para este tiempo, ya habíamos tomado algunas fotos, ya había reportado el caso a mi compañía aseguradora y esperaba al ajustador, Miguel movió su auto a un costado del mío mientras Daniel (su ajustador) continuaba llenando formularios. Cuando vi completamente a descubierto el lado derecho de mi automóvil, realmente sólo observé unos raspones, no aparecían hundimientos ni nada quebrado, el espejo retrovisor, alcanzado por el golpe, estaba también intacto, revisé subir y bajar el vidrio de la ventana, sin problema y sin ruidos extraños. Josué, que estaba dentro del auto cuando el golpe, me dijo que lo sintió fuerte, comprendí el gesto que traía al entrar a la tienda, un automóvil viniéndose en reversa directamente hacia ti y tú con el motor apagado, no es para menos. Miguel se disculpó también con él; el ibérico, un tipo amable y honrado por su proceder responsable.
Entre todo este trajinar, tuve oportunidad de platicar un poco, entre intervalos interrumpidos, con Miguel. Resulta que Miguel es de Madrid, nacido ahí, cosa que dio pié a comentarle que precisamente alguien muy cercano a mi estaba allá desde hace cuatro años y que recién había terminado su grado de historia en la complutense; pues sí, a veces la geografía se achica. Me preguntó en que área de Madrid vive esa persona, no pude recordarlo aunque sí recordé que antes vivió en Majadahonda, me comentó que esa es una de las zonas más bonitas de Madrid, a saber.
Supe que Miguel lleva seis años en este país, en México, que somos casi vecinos, vive muy cerca, en la misma colonia que yo pero en la parte de la calle ancha y contigua del lado sur de la colonia, se casó con una chica de estos confines y tienen una nena de tres años, que por cierto, le tocaba bañar hoy y tenía apuración por llegar a casa y llevar a cabo su labor de padre dedicado y responsable. Me contó que que al llegar a Monterrey, en los primeros meses aquí, le tocó presenciar y estar muy cerca de un narcotiroteo en la ciudad, por lo que acerté a comprender que ha mantenido su estancia aquí, seguramente por su nueva familia y compromisos adquiridos, quizá había quemado sus barcos y hacerse de uno nuevo requiere su tiempo, con la sartén tan caliente en esta región del mundo, se comprenden totalmente las ganas de emigrar o mejor dicho en este caso, de inmigrar. A pesar de esa zozobra, no lo ha hecho hasta ahora, inquirí que mantiene cierta esperanza de regresar a su terruño, quizá cuando su país empiece a levantar económicamente, por lo pronto y al parecer, aquí está con la familia que ha formado y eso es lo que importa. Lo que más le ha costado de su incursión a México, ha sido acostumbrarse a la comida de este lugar, todo tiene picante, dice. Lo cierto es que extraña su comida madrileña. Me cuenta que en Madrid, en la calle de Atocha, se encuentran todos los ingredientes para preparar una real comida mexicana. Le platiqué que leo a Pérez-Reverte por Internet en sus escritos semanales y que he seguido la serie del capitán Alatriste, hasta su penúltimo tomo, me dio gusto que lo reconociera o al menos me dijo que lo leía en la escuela, quizá haya sido así.
Bueno, pues tuvo que ocurrir lo que ocurrió (sin grandes consecuencias, aclaro) en el estacionamiento de un Súper 7 de la zona metropolitana de Monterrey, en México, para conocernos un poco, al menos, he sabido que un madrileño civilizado vive muy cerca de donde yo lo hago, mientras que esa persona cercana a mi que menciono arriba, vive en Madrid actualmente, en donde Miguel solía hacerlo, por eso digo, mundo pequeño.
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23 de octubre de 2015.