Abolengo.
by fonbòs
En un lugar manchado del que no me acuerdo o no quiero hacerlo, vivía un burgués gentil hombre, de esos, vestidos a la moda con traje de dos piezas y zapatos de punta a término rectangular, semejantes a mocasines de sultán sin llegar a ser botas tribaleras en su longitud, aunque las recordaba. Todo en él relumbraba, su andar de movimientos ensayados, despedía un aroma zalamero y festivo, un tanto arrogante, algo así como un político en campaña o frente a las cámaras o ante un auditorio. El tipo, en su papel de semidios, se paseaba ufano llevando del brazo a una dama de características semejantes en su vestir y uso de aditamentos, aunque dados los recursos propios de la mujer en la transformación, y sus diversas curvas, claro, elevaba la imagen a dimensiones celestiales, o al menos, eso creían todos aquellos que los veían al paso. El tipo no venía de abolengo, no, ni cómo llegar a pensar en eso, se había hecho a sí mismo en la refriega de la vida, de manera que la importancia la obtuvo en una especie de transacciones exitosas de no buen ver, acercándose a la ubre adecuada y arrebatando donde había y lo que había (pensándolo bien, así nace el abolengo). Aprendió la máxima: “si no lo hago yo, otro lo hará en mi lugar”, así que con un poco de astucia y desechado cualquier tipo de escrúpulo que le estorbara, la fue haciendo a ritmo constante. Ahora es respetable, cosa que trata de hacer creer y los otros tratan de parecer como que se lo creen, tal es el embrujo de la riqueza sin importar de dónde viene, el éxito de tener inflama y endulza engatusando a sus seguidores, o sea, a todos.