martes, 15 de enero de 2013

Los muertos en la tele

 
                                                                                                                                                Julio 16, 2007

Los que mueren son los demás, a los que les pasan los accidentes automovilísticos o de otra clase, los que sufren ataques en las calles, los que se suicidan, a los que violan y ultrajan, a los que asaltan, es a los otros, no a nosotros; cuando nos sucede un acontecimiento de cualquier índole de este tipo y que primariamente llamamos desgracia –la gracia nos abandona en momentos-, nos damos cuenta que esos otros, esos demás, somos nosotros mismos reflejados. Estamos tan acostumbrados a ver estos hechos  de desgracia en los medios –principalmente en la tv y en los diarios-, que nos habituamos a ellos como historias que le pasan a la gente, a otra gente.

Tan es cierto que la televisión entretiene como que también nos expone al alejamiento de la realidad inmediata, esto es, virtualiza lo que nuestros sentidos nos permiten observar comúnmente y lo convierte en situación corriente siguiendo un formato, un guión. Exposiciones recurrentes, en competencia feroz por conseguir la nota y que ésta cause el mayor impacto, van minando nuestra sensibilidad. Hablar de que murieron ochenta y nueve personas en tal o cual acontecimiento tiene el mismo impacto que decir que fueron setescientos treinta y cinco individuos, personas anónimas convertidas en estadísticas. Pero ¿qué sucede si se difunde la muerte de un personaje conocido, famoso por sus películas, por las canciones que interpretaba, por la figura que representaba, hecho a medida, creado por los medios? el mundo se cae momentáneamente para mucha gente, hay duelo nacional, fiestas, discursos y despedidas, llanto por la partida de una persona –por supuesto también negocio y rating-,  cuando en contraste, por la mañana nos enteramos de que murieron cientos en un accidente de ferrocarril y sólo nos causó un “que feo, que horrible” como muletilla obligada, saciamos nuestro interés que toma la forma de morbo y continuamos viendo la programación del canal normalmente.

Pareciera irónico, pero no lo es. Ese charro cantor, esa mujer del pueblo con huipil sufrida y abnegada, ese hombre recio, cowboy en otras latitudes, ese personaje político; es nuestro, pertenece a muestro ámbito cultural, es, a fuerza de su imagen creada, parte de nuestro mundo conocido, del área de comodidad en que nos gusta estar. Ahora que se fue –y nos lo hacen saber hasta el cansancio- partió con él un trozo de nosotros mismos, quizá por ello nos conmueva más una sola muerte de alguien que conozcamos –aunque tan alejado como cualquiera- que varias de seres para nosotros de igual forma alejados pero además, desconocidos, sin referencia. No es que lloremos –quién así lo hace, muchos por cierto- por el ido sino que lo hacemos por el vacío que nos causa, por la confrontación de esa parte de la historia que se fue y que la consideramos íntimamente nuestra y que ya no está aquí.

De la misma manera, cuando un acontecimiento lamentable, una desgracia, le pasa a alguien que conocemos –directa o indirectamente-, en el momento en que lo sabemos nos sacude y es cuando lo transportamos a nuestro entorno, reconocemos que nosotros también estamos expuestos a que nos suceda. Ahí, en nuestra circunscripción de nuestra estrecha vida, es cuando nos llegamos a sentir vulnerables, susceptibles ante los avatares del destino. Es difícil de que la televisión nos haga sentir de este modo, quizá sólo nos llegue a impactar momentáneamente, ver, por ejemplo, como dos enormes edificios son colapsados por dos aviones comerciales que se estrellan contra ellos en donde en ambos hay personas, es algo impresionante, sin duda; tan aberrante e inconcebible como soltar bombas atómicas, por la razón que fuera, en Hiroshima y Nagasaki, ciudades llenas de población civil, manchas como ésta en la historia, nos hacen cuestionarnos acerca de nuestra alardeada superioridad como especie.

Hace unos días, una persona muy cercana a un buen amigo mío, murió. Tuve la oportunidad de alguna vez conocer al fallecido, persona amable y discreta. Las personas morimos y nacemos todos los días, es digamos parte de la paradoja de la vida. Lo que me causó desazón fue la forma en que murió esta persona, él mismo tomó esta vía, se ahorcó en su casa. Después de pasar la tarde tomando bebidas alcohólicas, intensificó la depresión en que se encontraba desde hacia algún tiempo, es posible que ni siquiera tuviera la ocasión de darse cuenta de lo que iba a hacer, con sus sentidos enrarecidos y turbados, se colgó.

Ayer, una señora madura y amiga de una de mis hermanas y a la que conozco bien, fue atacada y probablemente ultrajada en su propia casa. Domingo por la mañana, día soleado, barriendo al frente de su casa –en un segundo piso-, un tipo, para variar embrutecido por el alcohol y posiblemente también drogado, la agrade, ella se defiende, el infrahumano la sujeta empujándola dentro de la casa, ahí la golpea con un sentido de salvajismo sólo presente en alguien degradado, enfermo y mentalmente afectado. Ella despierta de la inconsciencia en que cayó unas 3 o 4 horas después, su ropa hecha jirones, dolor intenso en todo el cuerpo, el lugar parece dar vueltas, el rostro cubierto de sangre, como puede logra marcar el teléfono, contacta a uno de sus hijos. Ingresa en el hospital, valoración médica inicial: fractura de pómulo y quijada; labio desgarrado; contusiones en el cráneo; un ojo cerrado y ennegrecido, rodeado de hematomas, no lo pueden evaluar por la inflamación; le toman tag y aparentemente no tiene daño cerebral, el ministerio público le practicará exámenes para determinar si hubo violación. Permanecerá en cuidados intensivos continuando la valoración, su estado es grave. Al menos requerirá de 3 operaciones de cirugía estética para recomponerle el rostro. En su casa, en la seguridad de su entorno conocido, es agredida de esta forma, sin un antecedente, sin señales previas, así, sin más. Un seudohumano, con una obvia vida miserable, causa daño, la desgracia llega sin aviso.

Estos dos casos, no los ví en la TV, no son virtuales, pasaron a un lado mío, de acuerdo a mis sentidos son reales, palpables, cercanos. La sensación es intensa, muy diferente a sólo saber o enterarme. Esto a mí, como a cualquiera, nos regresa algo de la sensibilidad menguada; tanta muerte, tanta catástrofe, tanta violencia en imágenes, tanta TV de este modo, tanta prensa por la misma vertiente, llega a corrompernos, a habituarnos a la desgracia, ya no dimensionamos los hechos en toda su magnitud, la vida real se empareja con la ilusión y lo peor, nosotros y nuestros hijos, dejamos de notar la diferencia, hasta que sucede en nuestro propio patio. 

lunes, 14 de enero de 2013

Las dos culturas, en la que estoy inmerso y aquella que adquiero por voluntad.

Cuando estudiaba la universidad, tuve una maestra que además de tener en alta estima, reconocía en ella a una persona de nobles sentimientos y de un manifiesto y genuino interés hacia sus alumnos; llegamos a mantener muy amenas conversaciones cuando había oportunidad, aunque breves, en ocasiones podíamos componer cierta parte del mundo y compartir experiencias de diversa índole, lo que enriquecía el conocimiento y entendimiento entre ambos. Uno de esos días, charlábamos acerca de las relaciones de pareja, en lo que se refiere a la convivencia e integración de dos personas en su vida diaria y me comentó: “es muy importante, para una relación duradera y a largo plazo, además del amor que exista entre ellos, el nivel intelectual y social que cada uno posea”. Coincidí con su comentario más por lo razonable que me pareció que por el entendimiento pleno de lo que implicaba.
Por supuesto, me faltaba el ingrediente de la observación, mi parte reflexiva y de verlo en funcionamiento con casos concretos y reales para de esta forma, integrarlo como aprendizaje y claro, hacerlo palpable.

Esta frase dicha por mi maestra, la estuve meditando en un intervalo que aún no finaliza y me quedó como incentivo para irla sopesando y obtener, por decirlo así, verificaciones en el correr de mis experiencias propias y de terceros a mi alrededor. Lo que me llevó a encontrar que ciertamente los aspectos sociales e intelectuales son importantes en las relaciones, mucho más si estas son cercanas y frecuentes -ejemplo principal, diría yo, entre un matrimonio o relación de pareja- pero me hacia falta un ingrediente, me explico: el extracto o procedencia social (entendiéndose por su significación peyorativa, en este caso socio-demográfica-económica), de inicio aleja o acerca, aleja a un A+ de un D- y acerca a un A con un A (o quizá con B+), o en otras palabras, este sistema jerárquico, trata de unir las peras con las peras, los duraznos con los duraznos y los limones con los limones (a veces, con una naranja).

Así que, si ocurre que se atraigan, digamos un A+ con un C, en donde la frecuencia mayor se da en las telenovelas por obvia compensación ensoñadora de justicia social (y por “rating”, por supuesto), y esto resulte en una relación, su longevidad estaría seriamente cuestionada, tarde o temprano una vez que las fuerzas de la atracción inicial hayan desaparecido, el entendimiento acabaría por ser ínfimo, insostenible para una unión lozana y activa, pero no sería por las diferencias de estrato social (que implica nivel económico), ni por el lugar de procedencia, esas ya habían sido superadas. Aquí entra el otro concepto que mencionaba mi maestra, el intelectual y que traslado al de cultura, que me parece más amplio y que implica al primero más otros rasgos sustantivos. Quizá “cultura” fue lo que mi maestra trató de decirme, por el contexto de la charla pienso que así fue.

El nivel cultural explica de mejor modo, los procesos de comunicación entre pares y entre varios, que sea este proceso eficaz y que se concrete en entendimiento total, dependerá de ese grado de comprensión en los involucrados dado por la amplitud o estrechez de cultura de cada uno. Entender al otro, sin importar mi extracción, mi geografía, mi “nacionalidad”, mi nivel socioeconómico o algún factor social, definirá mi nivel de cultura.
Como cultura no me refiero a la que se obtiene por añadidura respecto a las costumbres, forma de vida y relaciones del lugar de origen, donde he nacido, vivido y crecido, en mayor o menor medida, todos en un conjunto social de referencia, como éste, llevamos una cultura de “marca”, estar inmerso en ella no nos hace “cultos”, nos hace participar en esa cultura, específicamente sobrevivimos y nos movemos en ella, nada más.

Generalmente la consciencia de la cultura de “marca” permanece oculta para las mismas personas inmersas en ella, no es sino cuando es posible aprender a observarse desde afuera que esa cultura se va haciendo un poco más nítida para éstas ¿pero cómo sucede este proceso? ¿de qué forma me doy cuenta o me viene a la consciencia este hecho? Es aquí cuando el saber, la toma de conocimientos y la confrontación con otras culturas me despierta la curiosidad y me hace cuestionar las diferencias, pero sobre todo, amplía mi horizonte, con ello, me vuelvo un ser más social, mi red interna crece, es cuando realmente evoluciono.

No es estrictamente necesario tener que salir del círculo regular físico para obtener la notoriedad de la diferenciación y darme cuenta de los rasgos sociales y de relaciones de mi entorno “madre” con respecto de otros entornos, hoy los accesos a la internet, aplicando una cierta facultad de discernimiento, facilitan esta tarea, sobre todo y como afirma en otra vertiente Dietrich Schwanitz, la literatura es la fuente más contundente a la hora de adquirir conocimiento y expandir la cultura, fundamental para hacer nuestro el sentido, y dice: “Sólo la escritura desliga el lenguaje de la situación concreta y lo vuelve independiente de su contexto inmediato. Llamamos sentido a aquello que permanece idéntico durante este proceso: por eso, la transformación del lenguaje hablado en escritura es lo único que nos permite captar el sentido. Éste es el motivo de que las religiones más evolucionadas (judaísmo, cristianismo, islam) identificaran sentido y escritura (Sagradas Escrituras).”

El lenguaje es lo que nos permite pensar, sin él simplemente no podríamos hacerlo, el lenguaje está ligado a nuestro desarrollo como especie, el que tiene un lenguaje limitado o uno vasto y rico, en concordancia, así será su pensamiento o las ideas que pueda desarrollar, directamente proporcional. Por ello la importancia capital en quien quiera incrementar su nivel cultural o dicho de otra forma, quién desee evolucionar, ya es decisión de cada uno. Por supuesto, aquel que tenga un mejor manejo de la lengua hablada (siempre iniciamos con el lenguaje de esta forma, hablándolo, imitando a nuestros padres), tendrá mayores posibilidades de descifrar eficientemente el lenguaje codificado en símbolos, esto es, la escritura y podrá, con esta práctica circular, mejorar en sus aspectos sociales e intelectuales, en su comprensión de lo inmediato y de lo que está lejano, en suma, en su evolución como espécimen humano.

No es un requisito, que dentro de la unión de una pareja, ambos compartan niveles de estudios (educación formal) similares para que el entendimiento perdure, los factores para una convivencia sana y prolongada, son numerosos, pero el que sí es el factor fundamental lo es el nivel cultural, que más allá de llevar una vida cotidiana, cubriendo las necesidades funcionales básicas de la administración de la casa, trabajo y demás, prolongará éste, la estructura misma de la unión, manteniendo un sentido de crecimiento compartido, de existencia afin, de rumbo, conservando la libertad de ambos y la confianza entre uno y otro, promoviendo el estar mejor preparados ante los cambios. Adquirir cultura puede venir del propio autodidactismo de cada uno, del interés auténtico y su ejecución, los cambios en la concepción del mundo cambian a la persona, expanden su capacidad de reflexión y promueven una mejor comunicación. Estrictamente, los estudios superiores, en este caso, los universitarios, no determinan o apoyan  el nivel cultural de la persona de facto, el siguiente relato preciso de D. Schwanitz, nos lo aclara: 

“En las universidades y en el mercado laboral observamos lo siguiente, en las primeras el ámbito fundamentalmente es femenino, en el segundo, es masculino (si incluimos en él las ciencias económicas y otras disciplinas afines). Esto trae consigo cierta asimetría en el ascenso social de hombres y mujeres. Imaginemos que Sabine y Torsten son dos niños educados en el mismo entorno social que se enamoran durante el bachillerato y planean casarse cuando acaben sus estudios. Torsten estudia ingeniería mecánica y se convierte en ingeniero; Sabine estudia psicología, filología germánica e historia del arte. Él tiene que estudiar en  Aquisgrán; ella en Hamburgo, París y Florencia. Cuando acaban sus exámenes, vuelven a encontrarse. Torsten es un excelente ingeniero y pronto encontrará un buen trabajo; los estudios han hecho de Sabine una persona completamente distinta. Torsten sabe construir máquinas; el estudio de los presupuestos de la comunicación y del sistema simbólico de la cultura han cambiado a Sabine. El comportamiento, las opiniones y las costumbres de él apenas han evolucionado, pero sus conocimientos lo capacitan para ganar mucho dinero; en el caso de ella es más bien dudoso. En cambio, las capacidades y exigencias de Sabine en el terreno de la comunicación se han hecho mayores, habla francés e italiano, ha leído mucho, ha hecho amigos entre los intelectuales y artistas de París y Florencia y está al tanto de las últimas investigaciones en el ámbito de la teoría de la literatura. Cuando vuelven a encontrarse, Torsten le parece un hombre de Neandertal. Y Sabine será afortunada si se da cuenta a tiempo de que ya no puede casarse con él, porque su matrimonio no funcionaría. Pero si se empecina en casarse con Torsten, o con cualquier otro Torsten de su medio de procedencia -al fin al cabo, él gana mucho dinero-, acabará haciéndose feminista, una persona profundamente convencida de la incultura y el salvajismo de los hombres. Torsten también será un infeliz...En otras palabras, la esfera de la cultura también marca con distinta intensidad el ascenso social de los dos sexos, algo que se convierte después en una de las causas inadvertidas de muchos conflictos de pareja.”

El incremento del nivel cultural se concibe inmerso en el telar humano, en los símbolos del pensamiento, en la creación de ellos, en lo que nos explica, de muy variadas formas, lo que somos ahora, lo que hemos sido. La partición o división de materias afines con el probable objetivo de hacer más eficiente y práctico el estudio y posterior ejecución de una carrera, observada en las universidades pero que ya inicia en la preparatoria, entre las áreas de humanidades, por un lado y científica-técnicas-naturales, por el otro, es un error en detrimento del desarrollo cultural de los que se encausan hacia la segunda. Si bien el conocimiento se ha ido, por necesidad, especializando, dejar a un lado, por ejemplo, la universalidad de la literatura o los conceptos filosóficos de los grandes pensadores o los movimientos y corrientes más importantes que nos definen ahora, de los planes de estudio formales de cualquier carrera universitaria, colaborará en formar a excelentes ingenieros técnicos o licenciados en áreas económicas-empresariales, capacitados eficazmente en su especialidad pero carentes de la sensibilidad para detectar las sutilezas del lenguaje simbólico y comprender mucho mejor aquello que nos hace humanos. El carácter universal de la educación se ha perdido en aras de lo que hoy podría definirse como practicidad económica, Schwanitz al respecto, comenta: “Por más lamentable que pueda parecerles a algunos, y aunque nadie se vea forzado  a ocultar sus conocimientos científicos-naturales y técnicos, hemos de reconocer que tales conocimientos no forman parte de lo que se entiende por cultura. Por eso sigue considerándose imposible que alguien no sepa quién fue Rembrandt; en cambio, si no se sabe qué dice el segundo principio de la termodinámica o qué relación guardan entre sí el electromagnetismo y la fuerza de gravedad, nadie llegará a la conclusión de que está ante una persona inculta.”

Entre mayor nivel de cultura, obtenemos un mayor nivel de civilidad, el entendimiento del otro se expande, y viceversa, la comunicación realmente se convierte en un placer y en una eficaz herramienta de desarrollo. Nos convertimos en seres cada vez más reflexivos evitando sólo ir al garete dentro de una red social que nos impone sus reglas y de las cuales somos simples piezas intercambiables. Nuestro capacidad de crítica se incrementa, no en el sentido negativo que tiene hoy la palabra, sino en el sentido de formación de juicio imparcial y objetivo, pasamos las ideas y lo que percibimos por nuestro más robusto y ampliado cernidor mental y lo que obtenemos ya no será regido sólo por nuestros prejuicios, que dicho sea de paso, la mayoría provienen de una escasa  formación cultural. 

Ser pobre o ser rico, no entraña ser o no culto, sin embargo ser rico e inculto, aunque preparado en ciertas materias, apareja un desperdicio en la utilización de los mayores recursos materiales con los que se cuenta, podría decirse que es un crimen de civilidad.   Ser esnob (en inglés: snob), frecuente entre las clases acomodadas o burguesas, es una forma de imitar, con afectación, aquello que nos parece distinguido o a la vanguardia, es pretender ser “de mundo” y sofisticado, cuando realmente es una vía que denota nuestra ignorancia y pobreza de espíritu, una postura falsa y defensiva, alejada de lo que se entiende por culto. Ser pobre, en este caso, de recursos limitados en términos económicos, tampoco justifica ser propiamente inculto, no en los tiempos que corren, aunque si bien es cierto, en un estado de extrema pobreza y de necesidades básicas de vida peligrosamente al límite de cobertura, el acceso a la cultura (entiéndase, al saber)   queda prácticamente suspendido, porque ¿quién pensaría en ello cuando no se sabe siquiera si habrá para comer hoy?

Entonces, dejando de lado estos casos extremos,  asignar la etiqueta de inculto a aquel que parece no tener muchos recursos económicos o en su contrario, de culto al que los tiene, es un mero prejuicio social muy extendido, en este mundo de apariencias y de mitificación del poder económico (incluyendo al poder político y a la fama), este tipo de creencias nos desvían de los avances hacia una civilidad concreta e inciden en otorgar valores falsos y efímeros, sin substancia perdurable en un sentido evolutivo real, como la desmesurada admiración de aquellos que acumulan riqueza y poder, sin importar de dónde procede ese acopio, o el encumbramiento de personajes impulsados por los medios publicitarios y que explotan precisamente ese vacío que genera una cultura del saber pobre y escuálida.

El núcleo familiar es la base de una sociedad, una vez trascendido el nivel individual, quizá sea por ello que el nivel de concepción del mundo y grado de cultura de la pareja en estas uniones espontáneas, siendo más o menos homogéneo, sea clave para el desarrollo substancial y de permanencia de los mismos miembros en la asociación, y de los hijos. Todos en conjunto, desarrollando sus potencialidades en el mejor entorno, un medioambiente de cultivo del pensamiento constante, esto es, del ensanchamiento y evolución cultural, fomentando el librepensamiento, la crítica y la saludable expresión de la duda. De otra manera, sin este factor consciente de voluntad de adquirir y promover cultura, de inicio dentro de estos núcleos de pareja, no sólo estaremos perpetuando la producción de personas carentes de sensibilidad ante los demás (respecto a otras culturas, por ejemplo) sino de entidades con una evolución precaria o nula, permaneciendo en el mismo lugar y con los prejuicios intactos, en otras palabras, sin avance verdadero.

Para cerrar, recordemos que la cultura es femenina, me quedo con esta cita de Schwanitz que hace honor a esa femineidad:

“...el nivel de civilización de una sociedad se ha medido siempre por el respeto con que se ha tratado a las mujeres y por el grado de influencia que ellas han alcanzado...No hay duda: si el nivel cultural se mide por el carácter pacífico, el rechazo de la violencia y la capacidad de entendimiento, entonces las mujeres son el sexo más civilizado. Podrá objetarse con Nietzsche que esas son las virtudes de los débiles, pero la civilización la hacen precisamente los débiles, que con la invención de los buenos modales obligan a los fuertes a no comportarse como neandertales.”  º
 
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Notas: Citas en este artículo-ensayo tomadas de: “La Cultura, todo lo que hay qué saber”, Dietrich Schwanitz, Ed. Taurus, séptima ed. Dic. 2002.
Idea general: Diferenciación entre la cultura humanista y literaria de la formación clásica, por una parte, y por la otra la cultura científico-natural y técnica.
Las dos culturas: Un término del británico C.P. Snow, años 50’s.

domingo, 13 de enero de 2013

Carnaval / relato


    Estamos en invierno, aunque a decir verdad la temporada ya parece alejarse, tenemos días que más que primaverales, que serían los de la siguiente estación, son ya propios del verano. Vivir a nivel del mar con escasas y ligeras elevaciones de terreno, circundados por anchos ríos y lagunas extensas, por debajo de la línea del trópico de Capricornio y con las corrientes cálidas del Golfo de México formando un conjunto, nos provee  de un clima subtropical en donde la estación fría es suavizada ya para estas fechas de febrero, salvo por los vientos llamados “nortes” que de vez en cuando nos llegan por sorpresa, cuando lo hacen regularmente vienen acompañados por una nubosidad cerrada y gris, cae una lluvia ligera pero constante que combinada con el viento cala los huesos, húmeda, persistente. A veces ha pasado que no vemos el sol durante muchos días, en ocasiones el manto nuboso y la lluvia ligera pero incesante, se mantienen por una o varias semanas, luz lánguida y mojada que no seca la ropa y constriñe el corazón.

    Pero hoy el cielo está despejado en su mayor parte y no se anuncia visita del tiempo frío durante la semana, el día está caliente, se siente un ambiente de cierta permisividad, estamos en días de carnaval y pronto llegará el miércoles de ceniza seguido de la cuaresma, la abstinencia y el resguardo para dar paso después de esos 40 días a la resurrección. Manuel aún no lo sabe, será un día difícil, se topará con cierta fuerza demoníaca dentro de un juego que se supondría divertido e inocente, su último carnaval juvenil de esta forma y en plena Plaza de Armas.

La plaza central es bulliciosa desde temprano, cuadrada en su geometría de 100 varas castellanas por lado como se definió originalmente en abril de 1823 cuando se trazó la naciente  ciudad, esa quinta vez fue la vencida. Durante la mañana por ella deambulan variados conjuntos de caminantes en dúos, tríos, cuartetos, algunos quintetos, escasamente sextetos y raramente algún septeto. Hay por supuesto, los solistas en este concierto, aquellos que apuradamente cruzan la plaza para llegar a tiempo a donde tienen que hacerlo, tipos con maletines y periódicos bajo el brazo, algunas damas con improvisadas colas de caballo en sus cabellos matutinos llevando doblada cuidadosamente en su mano izquierda la bolsa de malla para el mandado y en la otra su monedero, jóvenes con sus sobrios uniformes de trabajo azul marino o gris de esos con falda cuatro dedos debajo de la rodilla y chalequillo o sin él, con una blusa lisa blanca o crema, zapatillas cerradas de tacón discreto, chicas de Sears, Woolworth,  Del Centro o Las Novedades, las tiendas comerciales “grandes” de la zona; chicos con sus pulcros uniformes dirigiéndose a las escuelas, cruzando la plaza para tomar en la esquina de E. Carranza y Olmos el autobús “azul” de la ruta que los llevará a su destino, llevan en su mano las monedas que echarán en el ánfora para cubrir su pasaje; otros estudiantes arribando de diferentes puntos para asistir a sus cursos comerciales o preparatorios en las escuelas de ésta la zona céntrica, como la Cervantes, por ejemplo; el centro, una área  viva y en movimiento.

Varios transeúntes hacen escala y beben su desayuno sin pausa, su chocomilk o su malteada de mango, de melón, de plátano, de papaya, de fresa, ahí en sendos cafés y refresquerías sin ventanas, con sus pesadas mesas y sillas de herrería con bases y asientos circulares marmóreos, La Victoria o el el Globito, cada uno  exactamente en esquinas diagonalmente contrarias de la plaza. Se ven llegar personas al recinto del Ayuntamiento, frente a la plaza por la calle Cristóbal Colón, las escalinatas de granito de tono rosado como un imán los van atrayendo, ahí está la biblioteca municipal, el despacho del alcalde, salas del cabildo, las oficinas de Tránsito y Vialidad y otras dependencias del gobierno de la ciudad.

Por otro costado también frente a la plaza, dos ancianas con faldas obscuras, blusas estampadas con grandes flores, medias gruesas de nylon color “carne” y bolsos negros de charol, se colocan un pañuelo blanco sobre su cabeza y se disponen a ingresar al templo, a la iglesia catedral situada en Emilio Carranza. En una de sus dos torres campanarios, en la de la derecha viéndola de frente, se integra el reloj inglés donado por Ángel Sainz Trápaga en 1879, las torres están separadas por el frontispicio triangular con los detalles e imágenes en mosaico estilo bizantino de José Ruiz Diez hecho en 1968, bajo este frontón se encuentran las tres puertas que forman la entrada principal; iglesia en donde ofició  Ernesto Corripio antes de ser nombrado Cardenal. En el interior y bajo la gran cúpula que remata el recinto han llegado ambas ancianas, atravesando la iglesia a lo largo del pasillo central pisando en su andar los mosaicos con dibujos de cruces esvásticas dextrógiras
y que nada tienen que ver, aunque son iguales, con las que utilizó el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei NSDAP y que las convirtió en impopulares para siempre; ahí frente al altar de mármol de Carrara de los hermanos Biagi dedicado a la Inmaculada Concepción, se persignan con una inclinación haciendo las cruces, después de algunas oraciones breves pasan a una de las bancas, cada una con su rosario en mano.

El puerto rebosa de actividad y de lenguas, para el lado oriente y al sur de la Plaza de Armas, en esas entrecalles, se encuentra el corazón del comercio, farmacias como El Fénix, zapaterías antiquísimas como la Walk-Over, tiendas de ropa y calzado para caballero como la Casa Manzur o de ropa en general con tono juvenil como Melik, panaderías como La Espiga a un lado del café La Elite, centro de reunión y conversación de comerciantes y políticos, con su servicio de venta de helados al frente,  a unas cuadras la joyería Casa Moral con sus escaparates de relojes inalcanzables, De Llano sitio obligado para el revelado e impresión de fotografías, por ahí en la calle E. Carranza el hotel que tuvo su gloria y su buena época y que lleva el nombre del puerto, el Café Mundo y sus famosos y exquisitos panes hojaldrados de mantequilla frente al edificio Águila de los petroleros. No es difícil escuchar por estas calles sonidos ininteligibles de personas con aspecto de extranjeros, hablando en idiomas cuyos vocablos, a veces, te suenan familiares pero combinados en maneras diferentes de los que no entiendes nada, después te enteras que hablaban en griego, otros lo hacen en noruego o danés o en otra lengua fonéticamente muy distinta a la tuya. Son marinos que pasean con la resaca de la obscuridad  anterior en el rostro, en espera de que su barco sea cargado o descargado y aprovisionado para seguir su viaje. 
 
    A dos cuadras hacia el sureste de la Plaza de Armas se encuentra su plaza hermana, delimitada y nacida en el mismo año, la Plaza de la Libertad y su derredor de fachadas y edificaciones del siglo XIX, convertidas en comercios, bancos, cafés, hostales. Siguiendo más hacia el sur por la calle Juárez el camino se inclina notablemente, en ese empinado tramo vemos la banqueta convertida en vendimia, puestos de madera ofreciendo aquellos souvenirs de caracoles y pequeñas conchas marinas, para luego llegar a la zona más baja y plana, hacia la derecha, los  mercados, a la izquierda, lo que queda de la plaza de las hijas del puerto.  
 
    Topamos con la zona franca y fiscal, a un lado la capitanía y al otro el viejo edificio inglés de la aduana hecho de ladrillo rojo, pedido por catálogo y armado en el sitio, como un rompecabezas, inaugurado en 1902 por Porfirio Díaz. Los grandes buques mercantes atracados en el río se muestran impasibles con sus enormes anclas arriba, con sus distintas banderas sobresaliendo en sus popas, toneladas de hierro flotantes, mientras a lo largo del muelle un ejército de alijadores estiba aquí o allá, moviendo las cargas en una perfecta sintonía con las grúas, carros de vías, carros montacargas, patines hidráulicos, los prácticos en sus embarcaciones diesel robustas  haciendo lo suyo, empujando, girando y ajustando la dirección de los enormes barcos sobre el canal de navegación de la inmensa masa de agua que es el Pánuco. Acciones concertadas de la actividad marina.

Manuel vive en esta ciudad porteña, estudia su segundo año en la Escuela Secundaria No. 2, en el sector llamado “Colonias”,  al poniente de la zona centro; sentado en su pupitre espera el aviso del timbre que finaliza la última clase del día la cual desearía que no terminara, es Historia con la maestra Tovar. Disfruta la materia, sobre todo la forma apasionada y tan cercana como la hace sentir esa profesora, la historia humanizada; casi puede oler esa gruesa tortilla que la habitante del Valle de México prepara junto al fuego, el humeante olor del atole, también del maíz, que flota por esa habitación de piso de tierra, la cultura de los antiguos, sus ceremonias, sus creencias, las palabras como las del más grande tlatoani y poeta de Texcoco respetado y admirado por su pueblo y los poderosos vecinos aliados del ombligo de la luna sobre ese islote artificial que luego se hizo inmenso así como su devenir en Huitzilopochtli y su triste caída. Siente la misma comezón que la que sintió Carlota cuando llegó a Veracruz y los mosquitos se saciaron con esa extraña sangre de sabor nuevo, el calor tropical agobiante y los continuos sobresaltos a su europeo y delicado estómago que fueron comunes, mientras Maximiliano, hecho de lo mismo pero más curtido en estos asuntos, se mostraba impertérrito ante cualquier adversidad de este tipo, incluyendo la que ya traía dentro. 
 
Puestos así, los personajes, los paisajes, los climas, las regiones, los actos de la historia cobraban vida real, fascinante para el deleite de una alma joven. Manuel lo disfrutaba por eso hubiera querido que esa clase que esperaba con impaciencia se extendiera pero traía otros planes para la tarde y fin de ese día.

  Camino a casa en uno de esos camiones urbanos llamados azules, que no lo eran tanto,  el griterío de los muchachos de la secundaria que casi eran la totalidad de los pasajeros, azote de los nervios más templados de los conductores, no parecía perturbar a Manuel quien seguía pensando en el fusilamiento del señor de Habsburgo junto con los conservadores Miramón y Mejía, en la suerte de Carlota que vivió atravesando el siglo XIX, en la lejanía de su castillo de Miramar, sin mosquitos, sin calor, sin picante, perdida en sus recovecos mentales trastornados en donde todas las súplicas fueron vanas. 
 
    Media cuadra antes de la esquina, Manuel jaló el cordón del timbre del autobús de cofre frontal como trompa descarada, para anunciar que llegaba a su destino. Ya sobre la acera, se desplazó las dos cuadras habituales que recorría para llegar al lugar en el que vivía con su familia, antes, se detuvo en la miscelánea de Doña Guille, compró un pastelillo envuelto en celofán -para el postre- se dijo a sí mismo, cruzó la calle y se metió al edificio Mercedes.

Contó una y otra vez las hileras de huevos rellenos con confeti y harina, dispuestos en su empaque original de cartón aglomerado. Durante la semana anterior estuvo recolectando los cascarones cada vez que su madre los utilizaba para cocinar, los rompía de la parte superior haciendo un pequeño orificio, sacaba su contenido en un plato hondo para luego lavarlos con delicadeza y ponerlos a secar. Luego los fue rellenando: un poco de confeti de colores, un poco de harina, un poco de confeti de nuevo, un poco de harina, hasta dejar un espacio suficiente para una mejor expansión de los elementos al estrellar el huevo relleno en la cabeza de algún “enemigo” o donde fuera. Finalmente los sellaba con un trozo de papel vistoso utilizando un poco de resistol blanco 850 cubriendo el orificio, listo, las “granadas” quedaban a punto, tenía las dieciocho que pensó, eran suficientes.

Era ya la tarde con el sol a un costado pero aún alto cuando Manuel salió del edificio atravesando la calle Carpintero, la hora del baloncesto. Cruzó luego la de Olmos y en la esquina dobló por Tamaulipas hacia el oriente. Llegó a Aduana y no se detuvo hasta llegar a la puerta de la casa de Víctor, uno de sus amigos habituales. Víctor veía la televisión, Manuel se unió a la contemplación y terminaron de ver el programa de la serie japonesa “Monstruos del Espacio” con las consabidas triquiñuelas del malvado Rodak y sus esclavos los Lugones, cubiertos de una malla negra de la cabeza a los pies incluyendo la cara,  para apoderarse y destruir la Tierra, esta vez la situación era bastante difícil, los villanos hacían de las suyas, un destructivo monstruo de inmenso poder que emitía rayos por los ojos y que recuerda a Godzila, se sumaba a decenas de Lugones listos a desaparecer en forma de gelatina cuando los héroes los alcanzaran con sus poderosas armas; Niko testigo de este ataque, tuvo que dar un pitido -con el silbato que el mismo Goldar le entregó- para Gam, dos para Silvar y tres para Goldar, en este capítulo, toda la familia transformer, que prestos y despegando desde dentro del volcán activo en donde vivían, llegaron en su forma voladora de naves-cohete a defender a los humanos desvalidos ante ese poder que los sobrepasaba. Afortunadamente fuimos salvados de nueva cuenta. 
 
Con la tranquilidad de la victoria del bien contra el mal, apagaron el televisor y se dirigieron a casa de Calixto muy cerca de ahí. Llegaron frente a la casa de madera que Manuel la asemejaba con un palafito porque eso es lo que parecía, quizá era una medida para evitar que se inundara con las aguas crecientes en temporada de lluvia, la casa estaba exactamente en la ribera del canal de la Cortadura poco antes de desprenderse de la laguna del Carpintero, este canal va desde ahí,  atravesando parte de la ciudad siguiendo hacia el sur y luego quebrándose al oriente, hasta unirse con el río Pánuco, del que se alimenta.   
Llamaron a Calixto:
–¡eh, Calixto!, vamos a echar una cáscara a la Unidad Deportiva
-Sí, está bien, déjenme aviso a mi mamá
Manuel, Víctor y Calixto se encaminaron por la calle Aduana hacia el Sur topando con el Perimetral, doblaron hacia le derecha. Llegaron a la esquina que el Perimetral hace con la Av. López Mateos frente a la Escuela Náutica Mercante, ambas calles bordean la laguna del Carpintero y se vuelven a unir en el otro extremo completando el perímetro de la laguna.
-Oye Calixto ¿nos vas a acompañar más tarde a la Plaza de Armas?
-No sé mi mamá todavía no me da permiso
-¿cómo que no te ha dado permiso? ¿ya le dijiste? ¿Por qué no me contestas Calixto? ¿ya le dijiste?
-Bueno no, no le he dicho
- ¿y eso? ¿por qué no le has dicho?
-pues porque todavía estoy castigado
_¿castigado? ¿qué hiciste?
-nada
-¿cómo que nada, entonces?
-bueno, ¿te acuerdas que el viernes pasado estuve enfermo y no fui a la secu?
-sí pero ¿ya estás bien no?
-es que no estuve enfermo, me fui a pescar con Pepe a la Puntilla. El sábado mi mamá fue al mercado y lo vio en el puesto de sus papás, el menso le dijo que nos habíamos ido a pescar al río, si antes me dejó salir ahorita.
-híjole Calixto, pues a ver qué le prometes pero tienes que acompañarnos
-pues haré el intento
-¡ya ni la haces Calixto! –dijo Víctor que se había mantenido al margen del diálogo.
-ya Víctor, no le digas nada que lo va a arreglar ¿verdad Calixto?

Calixto no contestó, continuaron caminando en silencio mientras Víctor rebotaba el balón de basket una que otra vez contra la banqueta.
Casi todos los días entre semana iban a jugar por las tardes a la Unidad Deportiva, ahí se le unían otros camaradas de la escuela que venían de otros puntos de la ciudad, Pepe, el delator de la pesca por ejemplo, venía de lo que se conocía como la  Col-Mor, la colonia Morelos, un sector de fama singular y brava, parecida en ello al Cascajal. Muchas de las casas de la Col-Mor, van sobre la margen norte del río Pánuco, corriente arriba pasando el puente llamado de La Puntilla; Juan, otro de los amigos, venía desde un sector de clase media del norponiente, flaco y alto, una espiga, cabellos revueltos y apariencia desgarbada casi siempre dentro del cuadro de honor mensual de la secundaria, contrastaba con Pepe, también alto pero de piel muy morena, ojos inquietos, nariz con amplios orificios, cabello hirsuto pegado al cráneo  y sonrisa afable en cualquier circunstancia y que nunca aparecía en el cuadro de honor; Germán, otro de ellos, se trasladaba de una de las “Colonias”,  por el rumbo de la secundaria, es el más enigmático del cuadro, de piel también muy obscura pero de rasgos de los pueblos del norte de África, nariz fina, ojos negros penetrantes, de esos que parecen ver más allá, un bereber.

El grupo jugaba varias horas en las canchas de basquetbol de esa Unidad Deportiva del municipio, las tierras que pisaban alguna vez fueron parte de la laguna, ahora desecadas y rellenas de escombro y tierra, se había construido una piscina, un gimnasio con cancha interior de duela, en la que soñaban jugar, y algunas otras instalaciones. Cuando llovía torrencialmente la zona de las canchas exteriores se inundaba y había que esperar unos cuantos días de sol para que éste hiciera su trabajo. Iniciaban jugando un “reloj” para calentar, luego venían los “21” con las “retas” regularmente de pares en un solo aro, a veces se completaba un equipo y jugaban un partido en forma contra otros muchachos que ahí llegaban. Hoy no había muchas personas jugando y sólo estaban Manuel, Víctor, Calixto y Germán así que jugaron en un aro, dos contra dos, por un lado Calixto y Víctor y por el otro Germán y Manuel. Juan no había ido en esta ocasión, tampoco Pepe, éste último quizá se sentía un poco avergonzado con Calixto, aún no habían hablado entre ellos para aclarar el asunto, ya tendrían tiempo.
Terminaron de jugar con el sol poniéndose, los cuatro charlaban mientras caminaban de regreso.
-Oye Germán –preguntó Manuel- ¿ya leíste el relato de La hoja azul del libro de español para mañana?
-no, lo leeré por la noche
-está interesante
-yo la lo leí –dijo Víctor- no le entendí nada
-¿cómo que no lo entendiste? –le espetó Manuel
-pues no –respondió Víctor- no sé que dice la hoja esa, la azul que tiró la muchacha francesa ¿se enojó verdad? porque no le hizo caso el gringo, qué tonto.
-es que de eso se trata Víctor, de no saberlo, si lo sabes ya no tiene chiste
-yo no sé –argumento Calixto- ¿por qué el gringo no buscó un diccionario o algo?
-tienes razón Calixto pero si lo hubiera tratado de traducir él mismo y saber qué decía, el cuento ya no sería interesante
-pues sí pero no sé, me parece tonto –dijo Víctor
-¿qué te parece Consuelo, la maestra de Español, está guapa no? –preguntó Víctor pícaramente a Manuel
-pues sí, está guapa ¿y qué con eso?
-¿te gusta no? –siguió Víctor
-a mi me gusta la de Dibujo Técnico –dijo Germán- ¿y a ti Víctor, te gusta tu maestro de Carpintería?
Y con esto terminó la conversación y el tema de los enamoramientos primarios, la cara de Víctor se descompuso en una mueca de enojo junto con una mirada de odio hacia Germán, éste último sosteniéndole con firmeza la actitud, serenamente y sin inmutarse, lo observaba quieto, el reto habría terminado en zafarrancho si no es que Calixto interviene.
-eeh calmado Víctor, aguanta vara, oye ¿ya estás listo para la noche?
Víctor volteó la cabeza, mirando hacia el piso, rebotó el balón con furia en repetidas ocasiones, como al octavo rebote, ya más medido que el primero y recobrando cierta tranquilidad pero aún en tono agresivo, le responde a Calixto:
-¡Sí…, estoy listo!,  ¿ para qué me preguntas si ni siquiera vas a ir?, ¿no estás castigado?
-yo creo que mi mamá sí me va a dejar, hoy anda de buenas, en la mañana le fue muy bien en la venta de las empanadas.

      Llegaron a la esquina de la Escuela Náutica, decidieron continuar recto por la Av. López Mateos que un poco más adelante cambia de nombre por el de César López de Lara, en ese punto Calixto se despidió quedando de acuerdo en verse a eso de las ocho de la noche en la Vitualla. Víctor, Manuel y Germán, cruzaron el puente del canal de la Cortadura, se sentía la tensión entre Víctor y Germán, Manuel venía en medio de ambos. En la calle Tamaulipas dieron vuelta a su derecha, en la esquina de Aduana, Víctor se despidió de Manuel con un breve y apurado –nos vemos al rato- ignorando completamente a Germán. En la esquina de Tamaulipas y Olmos, Germán y Manuel se separaron, el primero, tomó su camión y el segundo recorrió la cuadra hacia el sur por la calle Olmos para llegar a su casa.

Manuel entró al departamento, un olor familiar le empezó a hacer agua la boca, su mamá había preparado la cena, empanadas de picadillo, frijoles refritos y para rematar conchas de La Rosa de la Fe, indeciso no sabia si cenar y luego meterse al baño o al revés, ganó el apetito, se preparó un nescafé con el agua caliente que había en la estufa y se sentó a la mesa con sus hermanos que ya habían iniciado. Al terminar se metió al baño. Estaba listo y aún faltaba una hora para la cita con sus amigos así que, junto a sus hermanos, vio la televisión un rato para pasar el tiempo.

Manuel veía sin ver, su mente regularmente se perdía en pensamientos de lo más diverso, a sus catorce años se sentía, aunque a gusto y a sus anchas, como un extranjero en esa ciudad, se preguntaba si el haber estado viviendo ya en diferentes lugares, tanto en casas como en poblaciones –contaba a esa fecha quince diferentes sitios-, no le habría activado algún programa cerebral que lo hiciera emparentar con los gitanos o con el judío errante ¿acaso a sus hermanos le pasaba lo mismo? o por ser un poco más chicos ¿lo procesaban diferente? ¿sería que lo traía en sus genes? A veces lo pensaba en esa edad temprana ¿en dónde estaba lo que llamaban hogar? No sin antes cavilar profundamente llegaba a la conclusión que el hogar estaba en el sitio en dónde uno estuviera, el origen se encontraba dentro de cada uno, sí, es probable que esto lo pensara como una defensa de su psique pero en ese momento y en esa etapa, era el mejor pensamiento que podía tener y quizá el acertado.

    En estos años de los setenta, el carnaval en el puerto había dejado de ser lo que fue, la  celebración poco a poco había ido disminuyendo su esplendor de antaño, considerado uno de los mejores carnavales del país por muchos años, famoso inclusive en el extranjero,  el brillo de sus carros alegóricos, sus comparsas, sus bailes y su tradición poco representaban ahora lo que en origen se pretendía, la calidez y esplendor habían sido tomadas por la monotonía de un festival que se tenía que llevar a cabo, algo que había que hacer porque así se había hecho antes. El espíritu se había estado apagando, transformándose en una rutina comercial fría, sin vida. Manuel no lo tenía claro aún a pesar de ciertas noticias negativas publicadas en los últimos años de estos eventos en la ciudad y que habían incidido en una baja de su  popularidad, quizá porque de los diarios lo que le interesaba eran las tiras cómicas de los domingos y las últimas notas de la temporada de béisbol que iniciaría el próximo mes, se hacía ya en la Isleta Pérez con su hermano viendo a los Alijadores y a Héctor Espino enviando la pelota al río o a Joe Pactwa ponchando a los rivales uno tras otro o los maravillosos salvamentos del relevista Pancho Maytorena, dirigidos por el Papelero Valenzuela, así que, ignoraba mucho de lo que estuviera fuera de estos asuntos, en los periódicos, en la televisión o en su ámbito de las conversaciones habituales.

    Faltaban unos quince minutos para que dieran las ocho de la noche, Manuel salió de su casa con los pertrechos de combate y con la advertencia de su madre de no regresar más allá de las nueve y treinta –mañana hay clases y quiero que te duermas temprano- le dijo antes de dejar el departamento. Aún no daban las ocho y Manuel esperaba a sus amigos en la esquina de la Vitualla, tienda de abarrotes proveedora del barrio. El tráfico de pedestres era incesante, no se veían muchos autos aquí, el municipio había cerrado algunas calles principales del primer cuadro para dar paso al desfile de carros alegóricos y comparsas. Víctor llegó pasadas las ocho, sólo faltaba Calixto. Ya daban las ocho y treinta y Calixto no aparecía, con todo y que a su mamá le había ido muy bien esa mañana con la venta de empanadas aparentemente no fue suficiente para levantar el castigo que tenía impuesto, Manuel y Víctor decidieron irse sin él y se encaminaron a la Plaza de Armas.

    La Plaza estaba llena, mucha gente se congregaba en el borde frente al palacio municipal, por ahí pasaba el desfile, Manuel y Víctor estuvieron un momento ahí, se trasladaron al centro de la plaza y se sentaron en una banca de las que están alrededor del quiosco para irse ambientando. No había pasado un minuto cuando Víctor recibió el rompimiento de un huevo lleno de confeti en su cabeza, por la parte de atrás se había deslizado un muchacho sigilosamente y escogió la crisma más próxima para estrellarlo, la del cabello rizado de Víctor.            
    Ese fue el inicio de la actividad para la que habían asistido, así que ¡a ello! Llevaban ya un rato dando y recibiendo huevazos, algunos como los de Manuel y Víctor contenían confeti más harina, otros, sólo uno de los dos elementos, pero otros más eran huevos reales, hasta ese momento esos reales los habían sorteado. Manuel había utilizado apenas seis de los dieciocho huevos preparados que llevaba, se encontraba en persecución de un chico de pantalones cortos a la rodilla y camisa de cuadros color naranja cuando pasó lo siguiente:
“Perseguía a ese muchacho flacucho y de mi misma estatura, ¡caray, era veloz! de pronto hizo un quiebre y cambió de dirección quedando fuera de mi alcance, se me escapó esta vez. 
     
    Me detuve exhausto por la prolongada persecución sin éxito tomando aire por nariz y boca, me di la vuelta y fue cuando recibí de súbito, un puñado de lo que pensé era harina, no supe ni quién me la arrojó en plena cara, con la boca abierta al igual que los ojos, sentí que me había llegado hasta los pulmones, lo más acuciante fue que no podía respirar, por más que intentaba jalar aire, éste no pasaba por mi garganta, me estaba asfixiando. Como un reflejo de supervivencia empecé a toser, tosí como nunca lo había hecho carraspeando mi garganta fuertemente con movimientos enérgicos de laringe, esófago y vientre, esto me hizo liberar un pequeño canal que me permitió llevar oxígeno a mis pulmones poco a poco y que impidió, al sentir desvanecerme, que cayera desmallado, primero no veía nada, mis ojos al igual que mi boca y garganta me ardían terriblemente, entonces me di cuenta ¡pero qué desgraciado, por qué éste imbécil está utilizando cal!  Eso es ser o muy ignorante o muy hijo de puta, o ambos. 
 
    Casi a tientas y cubriéndome lo más que podía –los huevazos y harinazos seguían- busqué una llave de agua, de aquellas que distribuidas en los jardines, utilizan para el riego, afortunadamente y por mero instinto encontré una. Hice cientos de gárgaras, tragué un tanto, me lavé la cara y los ojos abundantemente por un espacio eterno, de inicio continuaba sin ver, luego, lentamente me vinieron imágenes y siluetas corriendo de aquí para allá, entidades borrosas, luces fantasmagóricas, pensé en lo peor por un instante. Ahí me mantuve, agazapado a un lado de los arbustos mientras recobraba la calma, el aliento y la visión. No supe en dónde había quedado Víctor, quizá se había ido a casa, el caso es que ya no lo vi. 
 
    Habiéndome recuperado lo suficiente, me levanté, con los ojos entrecerrados por el ardor y con paso rápido pero sin correr, atravesé la plaza en dirección norte. Quizá fue mi actitud pero nadie se acercó a mi ni me molestó durante el trayecto. Con la visión desmerecida empecé a ver cosas que antes no había notado, como si mi consciencia de pronto hubiera sido abierta: vi grupos de individuos tomando bebidas alcohólicas en algunas bancas, muchos se habían quitado la camisa y andaban con el torso desnudo; otros vociferaban leperadas sin sentido buscando camorra con quien tuvieran cerca; observé como un tipo, con mirada torva, le daba una nalgada a una muchacha, su acompañante abrazada a ella, volteaba con un rictus de impotencia apurando el paso para escapar de esa bestia alterada por quién sabe qué droga; noté que los grupos familiares estaban ausentes y que las mujeres eran escasas; era como estar en una gran cantina con todos los parroquianos bebidos y embrutecidos hasta el límite, lo peor de los hombres estaba aquí; un grupo de australopitecos enloquecidos perseguía a una mujer que quizá por error se acercó a esta zona central, llevaba el vestido hecho jirones, tropezó y en el piso terminaron de desnudarla, le arrancaron toda la ropa, cuando todo parecía que aquello terminaría en una violación masiva, la mujer sacó fuerzas de no sé dónde, se levantó, se soltó de uno que le sujetaba del brazo  y corrió introduciéndose en la casa de una persona que abría la puerta, quien de un empellón la cerró, un salvador. 
 
    Como si nada hubiera pasado, la turba se retiró a otro lugar para continuar haciendo sus felonías; si seguimos a Dante, este era su mundo más bajo o quizá sólo era Sodoma.

    Manuel como pudo llegó a su casa, se quedó mucho rato en las escaleras obscuras de la parte baja del edificio esperando que todos se fueran a la cama, más tarde entró sigilosamente, caminando de puntillas se metió al baño y se vio ante el pequeño espejo de encima del lavabo, se lavó de nuevo abundantemente los ojos  enrojecidos y la cara, igual de sigiloso se dirigió a la recamara, antes escuchó a su madre decir desde su habitación -¿cómo te fue? ¿todo bien?-, -sí mamá, todo bien, buenas noches-.
 
No todo estaba bien, Manuel cerró los ojos, las lágrimas mojaban su almohada, algo se había roto en su joven consciencia y supo desde ese instante que éste había sido su último carnaval.     

Carta a Clara (I)

    Es cuando escribes, o cuando al menos lo intentas, que te vas dando cuenta lo poco que sabes, lo alejado que estás en querer transmitir la cosa del sentimiento, cómo te ocurre, cómo se viene a ti en su momento y luego lo quieres recordar más adelante, minutos, horas, días, años después.

El escenario, los olores, los ruidos, aquellas miradas de asombro o de sosiego o de hambre, de fortuna mal adquirida y que no te merecías pero que sin embargo tuviste que asumir, con orgullo o sin él, malos momentos, buenos finales y terminaciones que nunca acabaron y que se detuvieron en el tiempo, que te magullaron el pasado y te mastican el presente haciéndote los instantes posteriores irregulares, conduciéndote como si lo supieras, como si tuvieras la razón, como si nada hubiera pasado y una falsa sensación de llenura te confirmara, muy alejado de lo que fuiste en el principio, cuando la inocencia te obligaba a ver el mundo de forma blanca, sin manchas, inmaculadamente radiante, como podría haber sido para que quedaras sin muletas, sin ese cabestrillo que ahora sólo te permite utilizar tu mano izquierda, la menos útil, para empezar a escribir esa carta, que quién sabe realmente que mente la dirija y que rasgos dibuje, porque tú, hace mucho que no estás aquí, tus maestros te arrastraron al acopio de datos, al atiborramiento de fechas y lugares, conceptos que no podías pensar y que mecánicamente y de manera simple añadías, acumulándolos, luego soltándolos para hacer las veces de parecer razonablemente preparado; tus padres, si los tuviste contigo, confabulados en ese adoctrinamiento despiadado, haciendo las veces de continuadores de la falacia, del entrenamiento para convertirte en imagen y semejanza del creador, con todas aquellas leyes morales infalibles que nadie practica pero que todos pregonan a veces con entusiasmo desenfadado, concluyente, poco más o menos como las leyes escritas del estado en el que vives y socialmente te desenvuelves, letra muerta.

    Esa moral disfrazada de las más tiernas e inocentes sentencias, te ha aprisionado a ti y a mi, nos presenta una realidad irreal, quizá por ello en estos tiempos o desde siempre, el concepto de relatividad se ha hecho fuerte, la suerte de lo que mejor acomoda, el fin por los medios que sean, qué importa si arrastro a éste o al otro, lo absoluto se aleja en tanto lo que observamos se distancia de lo que se dice que se hace o debe de hacerse. Loca, eso es lo que eres, pero este es un término vago y como muchos de los que utilizamos, un eco que todos asumimos que es, por eso lo repetimos como altavoces, viejas bocinas deterioradas, desconectadas de nuestro cerebro y que sólo emiten señales de nuestro sistema nervioso alterno o desde aquella parte antecesora de nuestro órgano cerebral que no tiene razón, sólo respuestas programadas.

    De locos quiero diez, no más, un mundo realmente cuerdo eliminaría a todos los demás, quien no piensa ya se elimina por sí mismo ¿y quién nos mantiene a flote sino las locuras bien dirigidas?, el exceso de cordura, aunque sea de la bien nacida, en este caso de la inocencia, nos quebraría tarde o temprano, por eso la noción de salida, más atrás del Edén y de la mordida a esa manzana, mucho, mucho más atrás del computador y mucho muy diferente de la pretendida asunción culposa de la mujer -y del hombre que la siguió-, más allá de una necesidad de purificación, más bien de redención, muy al contrario del cuerdo relato del pecado, que quien lo concibió o concibieron, parecerían de la sección de los locos e insanos, pero no es así, las fuentes psicológicas indican un sentimiento profundo de aprisionamiento y de devota culpa, de alteración en la percepción de la realidad y expresión de la misma, en este caso, una mente enferma, pervertida y manipulada por una enorme ignorancia, uno o varios cuerdos esquizofrénicos escribiendo con la mano menos hábil, con ideas prestadas o en otras palabras, nunca locos sino seres mal concebidos, errores de la naturaleza, que no es extraño que existan y a montones.

    Y así te mueves, así me muevo, con los personajes fantasmales que aparecen de tarde en tarde, asaltando la blancura inicial, violando los santuarios que ni sabíamos que eran santuarios, cosa aún más grave, convirtiendo el acto de maldad inocua en un capítulo intencionadamente diabólico y perverso, llevando a esas imágenes prohibidas que saltan en su frente a la actuación real, puramente irracional, escogiendo al copartícipe del rebaño a la mano, al inocente, casi recién salido (o salida) de la cama mojada, hacia los delirios de unas actuaciones a destiempo, destruyendo la candidez necesaria de esa etapa, despertando temores que nunca debieron haber existido, trastocando el crecimiento de una locura saludable convirtiéndola en una cordura enferma, alienada, marchita. Sólo una voluntad fuerte y el encuentro con un nuevo faro en el camino, capaz éste último de restituir aquellos valores y credibilidad mancillados tan salvajemente, son en extremo requeridos para recomponer, aunque ya no rehacer, las ilusiones del príncipe y de la princesa, del reino de la locura ardiente en donde darse está comprendido en el juego mutuo, conocido y pretendido.

    Pero los fantasmas engañarán, cobijarán las intenciones, la mente, esquiva y mañosa, hará su parte, descubrir la verdad será arduo, la duda, sana en su nacimiento, se volverá mezquina, los acuerdos y preceptos emitidos por las mentes cuerdas y entrenadas, como abono, desviarán esa duda en buen estado, llevándola hacia la enfermedad, hacia resaltar el alma egoísta de la otra entidad, sus pretendidas dañinas intenciones, que quizá sólo sean imaginarias, pero el daño se hace, inmisericordemente.

    Es aquí en donde ese faro luminiscente se hace necesario, primero lo adjudicamos a alguien separado de nosotros, y lo es, pero sólo al principio, cuando aprendemos que esa concordia, esa fuerza de identificación, que nos soporta en nuestra suerte de vida, proviene de nosotros mismos, la locura nos bendice, la puerta se entreabre, ya no somos lo que creíamos que éramos, somos otros rostros, somos todo el conjunto, somos nuestros errores y nuestros aciertos.

    Los fantasmas que nos han hecho daño y que nos quitaron lo que no sabíamos que teníamos, aquellos que nos han desviado de la ruta inicial, son seres y ocasiones perdidos, pero la pérdida es de ellos, no nuestra, yo estoy incólume, mi inocencia sólo se alteró por una enfermedad y aunque es probable que nunca sane del todo, puedo seguir afirmándome como la identidad única que soy, siempre y cuando no caiga en la monótona cordura asesina de los demás.

    Ser yo es lo más difícil de llevar a cabo, regularmente soy mi familia, soy mi ciudad, soy mi trabajo, soy mi país, soy mi cultura, soy mi religión, soy mi nombre, soy mi sexo, pero todo esto es falso, son cicatrices en el juego de la vida y la muerte, son defensas psicológicas que consideramos verdades, y lo que nos cala, lo que nos hiere, es no saber y pretender que sabemos, pero escúchame Clara, nadie lo ha sabido y nadie lo sabe, quién así lo quiera expresar sólo es que está educado a la manera cuerda, a lo que pobremente puede simplemente repetir, al balbuceo de una sociedad enferma y con miedo, mucho miedo.

    Suerte que estés ahí, haciendo locuras, que hacen falta para que los cuerdos tengan de qué hablar...al fin de cuentas, a veces, la incomprensión no es más que una profunda ignorancia con una buena dosis de temor...

Afectuosa y locamente, Lóthar


Comediantes



 “…los buenos comediantes nos dan todo al placer que de su arte se puede conseguir, apareciendo vestidos de diario y con traza corriente, mientras los aprendices y los que no son de tan altas escuelas necesitan disfrazarse, enharinarse la cara y deshacerse en furiosos gestos para lograr que riamos.” 

Michel Eyquem de Montaigne/1580

  Hace un par de quincenas, más o menos, anduve por la zona llamada Gran Plaza o Macroplaza, como es común nombrarla. Desde que esta última palabra se filtró en las adormecidas consciencias del pueblo, finalmente y por economía de sílabas, el lenguaje diario la fijó simplemente como “La Macro”. Te veo en La Macro; pasó a dos cuadras de la Macro; será en la Macro; frente a la Macro; etc.

    Como digo, andaba por “La Macro”. Observé a un grupo que se arremolinaba circularmente a algo o a alguien, pronto descubrí de qué se trataba. Un par de tipos representaba una discusión alegórica y de hechos intrascendentes intentando hacerlos jocosos por medio de un lenguaje soez, utilizando palabras floridas sin ton ni son, más bien, torciendo el diálogo y la situación para utilizar tal lenguaje, que siendo no natural (haciéndolo de esta forma), se convertía en una punzante palabrería vulgar para intentar obtener la diversión del público a su alrededor, quizá pensando conseguirlo por el sólo hecho de gritarla con fuerza. Chistes cansados buscadores de la imaginería del doble sentido, del repetitivo personaje amariconado y del payaso sin muchos recursos, todo ello, desnudando el sentido del “chiste”, así, sin dejar nada a la imaginación, digerido, a fin de cuentas, muerto desde su inicio. “Vamos a llamarnos cacahuate, tú eres caca y yo huate” y por el estilo. Lo interesante es que el público que ahí estaba, reía con cada nadería o con cada gesto amanerado o con cada enviada entre ambos a ese lugar incierto, mítico y posiblemente muy alejado del que todos hemos oído hablar (hemos y nos han enviado) o con cada “te voy a meter quién sabe qué por quién sabe dónde” y otras circunstancias afines . La gente seguía ahí, en la rueda, disfrutando del “espectáculo”.

    No quiero parecer pusilánime, el lenguaje ahí está, para ser utilizado, en todos sus grados y variantes, hay comediantes que hablan, si se puede decir, peor que estos dos tipos de referencia en la vía pública, sin embargo son excelentes rompedores del discurso y lo voltean con naturalidad, con lo que diríamos que todo tiene su contexto, sin excepción la comedia o el disparate y quien lo desconoce cae en la vulgaridad sin remedio, como yo lo hice hace algunos años, queriendo parecer “realista” y divertido en un relato que no era mío y que transcribí pésimamente, utilicé de la misma forma, el lenguaje arrabalero en aras de alcanzar cierto folklorismo y sentido de verdad para darme cuenta, con el susodicho escrito, que se alejaba de precisamente lo que pretendía, el poseedor de la anécdota me lo hizo saber claramente, la hoja conteniendo el “texto” fue rota despiadadamente por él y tirada a la basura sin mayores preámbulos, admito que tal vulgaridad de composición y yo mismo, nos lo merecimos.

    Somos muy simples en esta región, buena parte de la población tiene un nulo sentido crítico y se conforma con el grito y sombrerazo de la calle y de la televisión abierta que no implica, por ser gratuitas, tener que seguirlas. Los programas de la tarde en la televisión van por el rumbo siniestro de un contenido vacío de creatividad: las botargas brincadoras de voces como de doblaje aniñado, clásicas en películas de los 70’s; los personajes de chicas con falditas y colores centelleantes de moralidad infalible, sonrisa perenne y concejos bobos; los muchachos jóvenes que se visten igual, hablan igual y al parecer, padecen de los mismos tics y enfermedad nerviosa; los tipos fornidos que se la pasan cotilleando y quieren pasar por divos o seres candentes e irresistiblemente simpáticos; los conductores, o bueno, llamados así, que se la pasan de un lado a otro del estudio tratando de crear un ambiente festivo emitiendo una verborrea con el sólo objetivo de no tener objetivo, ¿Dónde están los guiones?, tal parece que no existen. Y esto es la barra de la tarde y esta es la televisión que mucha gente ve, incluyendo a los niños.

    Me acordé de un reciente cartón de Patricio, al que considero un excelente caricaturista: un tipo, con la infaltable barriga y gesto de “más sin embargo” o dicho de otro modo, de tedio, está viendo la televisión apoltronado en su sillón y a un lado, una mesita con un frasco lleno de líquido conteniendo su cerebro. Eso es lo que regularmente sucede cuando nos enchufamos al televisor o a la tablet o al teléfono celular o a la computadora; dejamos de pensar y colocamos el cerebro a un lado. Si todo sigue igual, la gente, parte de ella, seguirá haciendo un círculo, riéndose ante lo que tengan enfrente sin importar mucho el sentido de lo que expongan, total, se mueven y parecen graciosos. 
 
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